Caballo de Troya 1 — PALABRAS DE JESUS




Los tres objetivos en cuestión fueron los siguientes: 








1.º Marzo-abril del año 30 de nuestra era. Justamente, los últimos días de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret.






2.º El año 1478. Lugar: Isla de Madera. Objetivo: tratar de averiguar si Cristóbal Colón pudo recibir alguna información confidencial, por parte de un predescubridor de América, sobre la existencia de nuevas tierras, así como sobre la ruta a seguir para llegar hasta ellas. 


3.º Marzo de 1861. Lugar: los propios Estados Unidos de América del Norte. Objetivo: conocer con exactitud los antecedentes de la guerra de Secesión y el pensamiento del recién elegido presidente Abraham Lincoln.






- Pedro, ¿es que aún no has comprendido que ningún profeta es recibido en su pueblo y que ningún médico cura a los que le conocen?... 






- Después, fijando aquellos ojos de halcón en los míos, añadió: Si la carne ha sido hecha a causa del espíritu, es una maravilla. Si el espíritu ha sido hecho a causa del cuerpo, es la maravilla de las maravillas. Mas yo me maravillo de esto: ¿cómo esta gran riqueza se ha instalado en esta pobreza?






- -Jasón, amigo, ¿qué te sucede? Aquel descubrimiento volvió a sumirme en la confusión. El Maestro, sin mirarme siquiera y sin esperar una respuesta -¿qué clase de respuesta podía haberle dado?- prosiguió con un tono de complicidad que adiviné al instante. Tú estás aquí para dar testimonio y no debes desfallecer. -Entonces sabes quién soy... Jesús sonrió y pasando su largo brazo sobre mis hombros, señaló hacia la puerta del jardín, donde aún montaban guardia sus discípulos. 


-Pasará mucho tiempo hasta que ésos y las generaciones venideras comprendan quién soy y por qué fui enviado por mi Padre... Tú, a pesar de venir de donde vienes, estás más cerca que ellos de la Verdad.






-No comprendo, Maestro, por qué tus hombres van armados. Muy pocos lo creerían... en mi tiempo.






-Los que están conmigo -respondió con un timbre de tristeza- no me han entendido. -Señor, ¡hay tantas cosas de las que desearía hablarte!...






-Aún tenemos tiempo. Bástele a cada día su afán. 






Era irritante. Tanto tiempo aguardando aquella oportunidad y ahora, mano a mano con El, no sabía qué decir ni qué preguntar...






-Antes me has preguntado qué me ocurría -le comenté intrigado- ¿Cómo has podido darte cuenta?






-Levanta la piedra y me encontrarás allí. Corta la madera y yo estoy allí. Donde hay soledad, allí estoy yo también... 






-¿Sabes?, toda mi vida me he sentido solo. Jesús replicó de forma fulminante:






-Yo soy la luz que está sobre todos. Hay muchos que se tienen junto a la puerta, pero, en verdad, te digo que sólo los solitarios entrarán en la cámara nupcial. -Me tranquiliza saber que también los que dudamos tenemos un rincón en tu corazón... 


El gigante sonrió por segunda vez. Pero esta vez sus ojos brillaron como el bronce pulido. 






-El mundo no es digno de aquel que se encuentra a si mismo... -Mil veces me he hecho la misma pregunta: ¿por qué estamos aquí?






-El mundo es un puente. Pasad por él pero no os instaléis en él.






-Pero -insistí- no has respondido a mi pregunta... 






-Sí, Jasón, si lo he hecho. Este mundo es como la antesala del Reino de mi Padre. Prepárate en la antesala, a fin de que puedas ser admitido en la sala del banquete. ¡Sé caminante que no se detiene! 






-Pero, Señor conozco a muchos que se han «instalado» en su sabiduría y que dicen poseer la Verdad... 






-Dime una cosa, Jasón. ¿Dónde crece la simiente? 






-En la tierra. 






-En verdad te digo que la verdadera sabiduría sólo puede nacer en el corazón que ha llegado a ser como el polvo... El sabio y el anciano que no duden en preguntar a un niño de siete días por el lugar de la Vida, vivirán. Porque muchos primeros serán últimos y llegarán a ser uno. 






-Tú hablas de la Verdad, pero ¿dónde debo buscarla? 






-Si los que os guían os dicen: «Mirad, el Reino está en el cielo»; entonces, los pájaros del cielo os precederán. Si os dicen que está en el mar, entonces los peces del mar os precederán. Pero yo te digo que el Reino de mi Padre está dentro y fuera de vosotros. Cuando os conozcáis seréis conocidos y sabréis que sois los hijos del Padre viviente. mas si no os conocéis, estaréis en la pobreza y vosotros seréis la pobreza. 


El rabí debió notar mi confusión. Y añadió:






-¿Alguna vez has escuchado a tu propio corazón? Asentí sin saber a dónde quería ir a parar.






-El secreto para poseer la Verdad sólo está en mi Padre. Y en verdad te digo que mi Padre siempre ha estado en tu corazón. Sólo tienes que mirar «hacia adentro»... Bienaventurado el que busca, aunque muera creyendo que jamás encontró. Y dichoso aquél que, a fuerza de buscar, encuentre. Cuando encuentre, se turbará. Y habiéndose turbado, se maravillará y reinará sobre todo. 






-Señor, yo miro a mi alrededor y me maravillo y entristezco a un mismo tiempo... -Yo te aseguro, Jasón, que todo aquel que sabe ver lo que tiene delante de sus ojos recibirá la revelación de lo oculto. No hay nada oculto que no será revelado.






- « ¡Necios!... Yo aparecí en medio del mundo y en la carne fui visto Por ellos. Y hallé a todos los hombres ebrios, y entre ellos no encontré a ninguno sediento... Mi espíritu se dolió por los hijos de los hombres, porque son ciegos de corazón y no ven.»






- Judas, acudió hasta Andrés -el hermano de Pedro- preguntándole de forma que todos pudieron oírle: -¿Por qué no se vendió este perfume y se donó el dinero para alimentar a los pobres?... Debes hablar al Maestro para que la reprenda por esta pérdida...(Maria hermana de Lazaro)






-¡Dejadle en paz todos vosotros!... ¿por qué le molestáis por esto, si ella ha hecho lo que le salía del corazón? A vosotros, que murmuráis y decís que este ungüento debería haber sido vendido y el dinero dado a los pobres, dejadme deciros que siempre tenéis a los pobres con vosotros para que podáis atenderles en cualquier momento en Que os parezca bien... Pero yo no siempre estaré con vosotros. ¡Pronto voy a mi Padre!. -Esta mujer ha guardado mucho tiempo este ungüento para mi cuerpo en su enterramiento. Y ahora que le ha parecido bien hacer esta unción como anticipación a mi muerte, no se le debe negar tal satisfacción. Al hacer esto, María os ha reprobado a todos, en cuanto que con este hecho evidencia fe en lo que he dicho sobre mi muerte y la ascensión a mi Padre del cielo. Esta mujer no debe ser condenada por esto que ha hecho esta noche. Más bien os digo que en los tiempos venideros, dondequiera que se predique este evangelio por todo el mundo, lo que ella ha hecho será dicho en memoria suya.






- los fariseos: se dirigieron a Jesús y, prescindiendo de la valiosa naturaleza del perfume, le recriminaron por haber consentido que aquella mujer hubiera violado las sagradas leyes del descanso sabático. 






- -Decidme -les preguntó- ¿de dónde venís? -De Jerusalén -afirmaron. 


-¿Y cómo es posible que condenéis a una mujer que ha caminado menos de un estadio, habiendo recorrido vosotros más de quince?






- -¡Ay de vosotros, fariseos! -lanzó Jesús valientemente-. Sois como un perro acostado en el pesebre de los bueyes: ni come él, ni deja comer a los bueyes. -¿Quién eres tú -esgrimieron los representantes de Caifás con aire de suficiencia- para 


enseñarnos dónde está la Verdad?






-¿Para qué salisteis al campo? -arremetió el Nazareno-. ¿Para ver quizá una caña agitada por el viento?... ¿Para ver a un hombre con vestidos delicados? Vuestros reyes y vuestros grandes personajes -vosotros mismos- os cubrís de vestidos de seda y púrpura, pero yo os digo que no podrán conocer la Verdad... 






-Veinticuatro profetas han hablado en Israel y nosotros seguimos su ejemplo... 


-¿Vosotros habláis de los que están muertos y estáis rechazando al que vive entre vosotros? -Dinos quién eres para que creamos en ti contestaron.






-Escrutáis la superficie del cielo y de la tierra y no habéis conocido a aquel que está entre vosotros... Y volviendo su mirada hacia mi, añadió: No sabéis escrutar este tiempo...






-¡Ay de vosotros, fariseos!. Laváis el exterior de la copa sin comprender que quien ha hecho el exterior hizo también el interior...






- Pedro conciliador, le propuso a Jesus, que María fuera apartada del grupo, «ya que las mujeres comentó- no son dignas de la Vida». 






-Yo la guiaré para hacerla hombre, para que ella se transforme también en espíritu viviente semejante a vosotros, los hombres. Porque toda mujer que se haga hombre entrará en el Reino de los Cielos.






- -¡Oh Jerusalén!, si tan sólo hubieras sabido, incluso tú, al menos en este tu día, las cosas pertenecientes a tu paz y que hubieras podido tener tan libremente... Pero ahora, estas glorias están a punto de ser escondidas de tus ojos... Tú estás a punto de rechazar al Hijo de la Paz y volver la espalda al evangelio de salvación... Pronto vendrán los días en que tus enemigos harán una trinchera a tu alrededor y te asediarán por todas partes Te destruirán completamente, hasta tal punto que no quedará piedra sobre piedra. Y todo esto acontecerá porque no conocías el tiempo de tu divina visita... Estás a punto de rechazar el regalo de Dios y todos los hombres te rechazarán.






- los sacerdotes le gritaron a Jesús: -¡Maestro, deberías reprender a tus discípulos y exhortarles a que se comporten con más decoro!






- Pero el rabí, sin perder la calma, les contestó:






-Es conveniente que estos niños acojan al Rijo de la Paz, a quien los sacerdotes principales han rechazado. Sería inútil hacerles callar... Si así lo hiciera, en su lugar podrían hablar las piedras del camino.






- Algunos griegos sabían del misterioso anuncio del rabí sobre su muerte y le 


interrogaron sobre ello. Jesús les respondió:






- -En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo arrojado a la tierra no muere, se queda solo; pero si muere, produce mucho fruto...






-¿Es que es preciso morir para vivir? -preguntó uno de los gentiles visiblemente extrañado ante las palabras del Maestro.






-Quien ama su vida -le contestó Jesús-, la pierde. Quien la odia en este mundo, la 


conservará para la vida eterna. 






-¿Y qué nos ocurrirá a nosotros -preguntaron nuevamente los griegos- si te seguimos? -El que se acerca a mí, se acerca al fuego. Quien se aleja de mí, se aleja de la vida. Uno de los que escuchaban interrumpió al Galileo, replicándole que aquellas palabras eran similares a las de un viejo refrán griego, atribuido a Esopo: «Quien está cerca de Zeus, está cerca del rayo.» 






-A diferencia de Zeus -comentó el Maestro- yo sí puedo daros lo que ningún ojo vio, lo que ningún oído escuchó, lo que ninguna mano tocó y lo que nunca ha entrado en el corazón del hombre. Si alguno de vosotros quiere servirme -concluyó- que me siga. Donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguien me sirve, mi Padre lo honrará... Pero los griegos no parecían muy dispuestos a ponerse a las órdenes del rabí y terminaron por alejarse.






Jesús, sin poder disimular su tristeza, comentó entre sus discípulos:«Ahora, mi alma está turbada... ¿Qué diré? Padre, ¡líbrame de esta hora!... » Sin embargo, el Cristo pareció arrepentirse al momento de aquellos pensamientos en voz 


alta y añadió, de forma que todos sus seguidores pudieran oírle:






-Pero para esto he venido a esta hora... Y levantando su rostro hacia el encapotado cielo de Jerusalén, gritó: -¡Padre, glorifica tu nombre! 






Lo que aconteció inmediatamente es algo que no sabría explicar con exactitud. Nada más pronunciar aquellas desgarradoras palabras, en la base -o en el interior- de los cumulonimbus que cubrían la ciudad (y cuya altura media, según me confirmó Eliseo, era de unos seis mil pies) se produjo una especie de relámpago o fogonazo. De no haber sido por la potente y metálica voz que se dejó oír a continuación, yo lo habría atribuido a una posible chispa eléctrica, tan comunes en este tipo de nubes tormentosas. Pero, como digo, casi al unísono de aquel «fogonazo», los cientos de personas que permanecíamos en la gran explanada pudimos escuchar una voz que, en arameo, decía: 






-Ya he glorificado y glorificaré de nuevo.






La multitud, los discípulos y yo mismo quedamos sobrecogidos. Al fin, la gente comenzó a reaccionar y la mayoría trató de tranquilizarse, asegurando que «aquello» sólo había sido un trueno. Pero todos, en el fondo de nuestros corazones, sabíamos que un trueno no habla... Los hebreos volvieron a agolparse en torno al Maestro y éste les anunció: 






-Esta voz ha venido, no por mi, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo: ahora va a ser expulsado el príncipe de este mundo. Y yo, levantado de la tierra, atraeré a todos los hombres hacia mí... 






Algunos de los sacerdotes que habían salido del santuario al escuchar aquella enigmática voz, le replicaron «que ellos sabían por la Ley que el Mesías viviría siempre». Jesús, sin inmutarse, se volvió hacia los recién llegados y les contestó: 


-Todavía un poco más de tiempo estará la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz y que no os sorprenda la oscuridad: el que camina en la oscuridad no sabe a dónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz... -Somos nosotros, los sacerdotes -arremetieron los representantes del templo, tratando de ridiculizar a Jesús-, quienes tenemos la potestad de enseñar la luz y la verdad a éstos... 






El rabí, señalando con su mano derecha a la muchedumbre, replicó: 


-¡Ciegos!... Veis la mota en el ojo de vuestro hermano, pero no veis la viga en el vuestro. Cuando hayáis logrado quitar la viga de vuestro ojo, entonces veréis con claridad y podréis quitar la mota del ojo de éstos...






Aproveché la ocasión y le pregunté su opinión sobre aquella tarde. -He estado en medio del mundo y me he revelado a ellos en la carne. Les he encontrado a todos borrachos. No he encontrado a ninguno sediento. Mi alma sufre por los hijos de los hombres, porque están ciegos en su corazón; no ven que han venido vacíos al mundo e intentan salir vacíos del mundo. Ahora están borrachos. Cuando vomiten su vino, se arrepentirán...






-Esas son palabras muy duras -le dije-. Tan duras como las que pronunciaste sobre el 


Olivete, a la vista de Jerusalén...






-Tal vez los hombres piensan que he venido para traer la paz al mundo. No saben que estoy aquí para echar en la tierra división, fuego, espada y guerra... Pues habrá cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; el padre contra el hijo y el hijo contra el padre. Y ellos estarán solos. 






-Muchos, en mi mundo -añadí procurando que mis palabras no resultaran excesivamente extrañas para Lázaro- podrían asociar esas frases tuyas sobre el fin de Jerusalén como el fin de los tiempos. ¿Qué dices a eso? 






-Las generaciones futuras comprenderán que la vuelta del Hijo del Hombre no llegará de la mano del guerrero. Ese día será inolvidable: después de la gran tribulación -como no la hubo desde el principio del mundo- mi estandarte será visto en los cielos por todas las tribus de la tierra. Esa será mi verdadera y definitiva vuelta: sobre las nubes del cielo, como el relámpago que sale por el oriente y brilla hasta el occidente... 






-¿Qué será la gran tribulación? 






-Vosotros podríais llamarlo un «parto de toda la Humanidad...» Jesús no parecía muy dispuesto a revelarme detalles.






-Al menos, dinos cuándo tendrá lugar. 






-De aquel día y de aquella hora, nadie sabe. Ni los ángeles ni el Hijo. Sólo el Padre. 


Únicamente puedo decirte que será tan inesperado que a muchos les pillará en mitad de su ceguera e iniquidad. 






-Mi mundo, del que vengo -traté de presionarle-, se distingue precisamente por la confusión y la injusticia... 






-Tu mundo no es mejor ni peor que éste. A ambos sólo les falta el principio que rige el 


universo: el Amor. 






-Dame, al menos, una señal para que sepamos cuándo te revelarás a los hombres por 


segunda vez...






-Cuando os desnudéis sin tener vergüenza, toméis vuestros vestidos, los pongáis bajo los pies como los niños y los pateéis, entonces veréis al hijo del Viviente y no temeréis. Lázaro, afortunadamente, seguía identificando «mi mundo» con Grecia. Eso me permitió seguir preguntando al Maestro con un cierto margen de amplitud. -Entonces -repuse- mi mundo está aún muy lejos de ese día. Allí, los hombres son enemigos de los hombres y hasta del propio Dios... 






Jesús no me dejó seguir. -Estáis entonces equivocados. Dios no tiene enemigos. Aquella rotunda frase del Nazareno me trajo a la memoria muchas de las creencias sobre un Dios justiciero, que condena al fuego del infierno a quienes mueren en pecado. Y así se lo expuse.






Cristo sonrió, moviendo la cabeza negativamente. -Los hombres son hábiles manipuladores de la Verdad. Un padre puede sentirse afligido ante 


las locuras de un hijo, pero nunca condenaría a los suyos a un mal permanente. El infierno -tal y como creen en tu mundo- significaría que una parte de la Creación se le ha ido de las manos al Padre... Y puedo asegurarte que creer eso es no conocer al Padre. -¿Por qué hablaste entonces en cierta ocasión del fuego eterno y del rechinar de dientes? 


-Si hablando en parábolas no me comprendéis, ¿cómo puedo enseñaros entonces los 


misterios del Reino? En verdad, en verdad os digo que aquel que apueste fuerte, y se 


equivoque, sentirá cómo rechinan sus dientes. 






-¿Es que la vida es una apuesta?






-Tú lo has dicho, Jasón. Una apuesta por el Amor. Es el único bien en juego desde que se nace. 






Permanecí pensativo. Aquellas palabras eran nuevas para mí. -¿Qué te preocupa? -preguntó Jesús.






-Según esto, ¿qué podemos pensar de los que nunca han amado? 






-No hay tales. 






-¿Qué me dices de los sanguinarios, de los tiranos?... 






-También esos aman a su manera. Cuando pasen al otro lado recibirán un buen susto... -No entiendo. 






-Se darán cuenta que -al dejar este mundo- nadie les preguntará por sus crímenes, riquezas, poder o belleza. Ellos mismos y sólo ellos caerán en la cuenta de que la única medida válida en el «otro lado» es la del Amor. Si no has amado aquí, en tu tiempo, tú solo te sentirás responsable. 






-¿Y qué ocurrirá con los que no hemos sabido amar? 






-Querrás decir, con los que no habéis querido amar. 






Me sentí nuevamente confuso. 






-...Esos, amigo -prosiguió el rabí captando mis dudas-, serán los grandes estafados y, en consecuencia, los últimos en el Reino de mi Padre. 






-Entonces, tu Dios es un Dios de amor... Jesús pareció enojarse. 






-¡Tú eres Dios! 






-¿Yo, Señor?... 






-En verdad te digo que todos los nacidos llevan el sello de la Divinidad. 






-Pero, no has respondido a mi pregunta. ¿Es Dios un Dios de amor? 






-De no ser así, no sería Dios. 






-En ese caso, ¿debemos excluir de su mente cualquier tipo de castigo o premio? 






-Es nuestra propia injusticia la que se revela contra nosotros mismos. -Empiezo a intuir, Maestro, que tu misión es muy simple. ¿Me equivoco si te digo que todo tu trabajo consiste en dejar un mensaje?






El Nazareno sonrió satisfecho. Puso su mano sobre mi hombro y replicó: -No podías resumirlo mejor... Lázaro, sin hacer el menor comentario, asintió con la cabeza. 






-Tú sabes que mi corazón es duro -añadí-. ¿Podrías repetirme ese mensaje? -Dile a tu mundo que el Hijo del Hombre sólo ha venido para transmitir la voluntad del 


Padre: ¡que sois sus hijos! 






-Eso ya lo sabemos... 






-¿Estás seguro? Dime, Jasón, ¿qué significa para ti ser hijo de Dios? Me sentí nuevamente atrapado. Sinceramente, no tenía una respuesta válida. Ni siquiera estaba seguro de la existencia de ese Dios. 






-Yo te lo diré -intervino el Maestro con una gran dulzura-. Haber sido creado por el Padre supone la máxima manifestación de amor. Se os ha dado todo, sin pedir nada a cambio. Yo he recibido el encargo de recordároslo. Ese es mi mensaje. 






-Déjame pensar... Entonces, hagamos lo que hagamos, ¿estamos condenados a ser felices? -Es cuestión de tiempo. El necesario para que el mundo entienda y ponga en práctica que el único medio para ello es el Amor. 






Tuve que meditar muy bien mi siguiente pregunta. En aquellos instantes, la presencia del resucitado podía constituir un cierto problema. 






-Si tu presencia en el mundo obedece a una razón tan elemental como la de depositar un mensaje para toda la humanidad, ¿no crees que «tu iglesia» está de más? 






-¿Mi iglesia? -preguntó a su vez Jesús que, en mi opinión, había comprendido 


perfectamente-. Yo no he tenido, ni tengo, la menor intención de fundar una iglesia, tal y como tú pareces entenderla. 






Aquella respuesta me dejó estupefacto. 






-Pero tú has dicho que la palabra del Padre deberá ser extendida hasta los confines de la tierra... 






-Y en verdad te digo que así será. Pero eso no implica condicionar o doblegar mi mensaje a la voluntad del poder o de las leyes humanas. No es posible que un hombre monte dos caballos ni que dos arcos. Y no es posible que un criado sirva a dos señores. él honrará a uno y ofenderá al otro. Nadie que bebe un vino viejo desea al momento beber vino nuevo. No se vierte vino nuevo en odres viejos, para que no se rasguen, ni se trasvasa vino viejo a odres nuevos para que no se estropee. Ni se cose un remiendo viejo a un vestido nuevo porque se haría un rasgón. De la misma forma te digo: mi mensaje sólo necesita de corazones sinceros que lo transmitan; no de palacios o falsas dignidades y púrpuras que lo cobijen. 






-Tú sabes, que no será así... 






-¡Ay de los que antepongan su permanencia a mi voluntad! 






-¿Y cuál es tu voluntad? 






-Que los hombres se amen como yo les he amado. Eso es todo. 






-Tienes razón -insinué-, para eso no hace falta montar nuevas burocracias, ni códigos ni jefaturas... Sin embargo, muchos de los hombres de mi mundo desearíamos hacerte una pregunta... 






-Adelante -me animó el Galileo. 






-¿Podríamos llegar a Dios sin pasar por la iglesia? 






El rabí suspiró. -¿Es que tú necesitas de esa iglesia para asomarte a tu corazón? 






Una confusión extrema me bloqueó la garganta. Y Jesús lo percibió. 


-Mucho antes de que existiera la tribu de Leví, hermano Jasón, mucho antes de que el 


hombre fuera capaz de erguirse sobre sí mismo, mi Padre había sembrado la belleza y la sabiduría en la Tierra. ¿Quién es antes, por tanto: Dios o esa iglesia? 






-Muchos sacerdotes de mi mundo -le repliqué- consideran a esa iglesia como santa. 


-Santo es mi Padre. Santos seréis vosotros el día que améis. 






-Entonces -y te ruego que me perdones por lo que voy a decirte- esa iglesia está de sobra... 


-El Amor no necesita de templos o legiones. Un hombre saca el bien o el mal de su propio corazón. Un solo mandamiento os he dado y tú sabes cuál es... El día que mis discípulos hagan saber a toda la humanidad que el Padre existe, su misión habrá concluido. -Es curioso: ese Padre parece no tener prisa. 






El gigante me miró complacido. 






-En verdad te digo que El sabe que terminará triunfando. El hombre sufre de ceguera pero yo he venido a abrirle los ojos. Otros seres han descubierto ya que es más rentable vivir en el Amor. 






-¿Qué ocurre entonces con nosotros? ¿Por qué no terminamos de encontrar esa paz? -Yo he dicho que a los tibios los vomitaré de mi boca, pero no trates de consumir a tus 


hermanos en la molicie o en la prisa. Deja que cada espíritu encuentre el camino. El mismo, al final, será su juez y defensor. 






-Entonces, todo eso del juicio final... 






-¿Por qué os preocupa tanto el final, si ni siquiera conocéis el Principio? Ya te he dicho que al otro lado os espera la sorpresa... 






Tengo la impresión de que Tú resultarías excesivamente liberal para las iglesias de mi 


mundo. 


-Dios es tan liberal, como tú dices, que permite, incluso, que te equivoques. ¡Ay de aquellos que se arroguen el papel de salvadores, respondiendo al error con el error y a la maldad con la maldad! ¡Ay de aquellos que monopolicen a Dios! 






-Dios... Tú siempre estás hablando de Dios. ¿Podrías explicarme quién o qué es? 


El fuego de aquella mirada volvió a traspasarme. Dudo que exista muro, corazón o distancia que no pudiera ser alcanzado por semejante fuerza.






-¿Puedes tú explicarles a éstos de dónde vienes y cómo? ¿Puede el hombre apresar los colores entre sus manos? ¿Puede un niño guardar el océano entre los pliegues de tu túnica? ¿Pueden cambiar los doctores de la Ley el curso de las estrellas? ¿Quién tiene potestad para devolver la fragancia a la flor que ha sido pisoteada por el buey? No me pidas que te hable de Dios: siéntelo. Eso es suficiente... 






-¿Voy bien si te digo que lo siento como una... energía? No me daba por vencido y Jesús lo sabía.






-Vas muy bien. 






-¿Y qué hay por debajo de esa «energía»? 






-Es que no hay arriba y abajo -atajó el Nazareno, saliendo al paso de mis atropellados pensamientos-. El Amor, es decir, el Padre, lo es Todo. 






-¿Por qué es tan importante el Amor? 






-Es la vela del navío. 






-Déjame que insista: ¿qué es el Amor? 






-Dar. -¿Dar? Pero, ¿qué? 






-Dar. Desde una mirada hasta tu vida. 






-¿Qué podemos dar los angustiados? 






-La angustia. 






-¿A quién? 






-A la persona que te quiere... 






-¿Y si no tienes a nadie? 






El Maestro hizo un gesto negativo.






-Eso es imposible... Incluso los que no te conocen pueden amarte. 






-¿Y qué me dices de tus enemigos? ¿También debes amarles? 






-Sobre todo a ésos... El que ama a los que le aman, ya ha recibido su recompensa






- Jesús de Nazaret, que no había tocado con el látigo a un solo hebreo ni había derribado mesa alguna -de ello puedo dar fe, puesto que permanecí muy cerca del Maestro- volvió entonces a lo alto de las escalinatas y, dirigiéndose a la multitud, gritó:






- -Vosotros habéis sido testigos este día de lo que está escrito en las Escrituras: «Mi casa será llamada una casa de oración para todas las naciones, pero habéis hecho de ella una madriguera de ladrones. »






- Quienes no podían faltar, obviamente, eran los responsables del templo. Cuando los sacerdotes tuvieron conocimiento del incidente acudieron presurosos hasta donde se hallaba Jesús, interrogándole con severidad: -¿No has oído lo que dicen los hijos de los levitas?






- Pero Jesús les contestó:






- -En las bocas de los niños y criaturas se perfeccionan las alabanzas.






- Siguiendo esta consigna, hacia las dos de la tarde, uno de estos grupos (escribas, fariseos, levitas, jefes de templo…) se abrió paso hasta el lugar donde Jesús había seguido su plática. Y con su característico estilo -soberbio y 


autoritario- le preguntaron al Maestro:






- -¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha dado semejante autoridad? 


Ellos sabían que el Nazareno no había pasado por las obligadas escuelas rabínicas y que, por tanto, sus enseñanzas y el propio título de «rabí» que muchos le atribuían no eran correctos, desde la más estricta pureza legal y jurídica. Pero Jesús -con aquella brillantez de reflejos que le caracterizaba- les respondió con otra interrogante: -También me gustaría a mí haceros otra pregunta. Si me contestáis, yo os diré igualmente con qué autoridad hago estos trabajos. Decidme: el bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Consiguió Juan esta autoridad del cielo o de los hombres?






- Los escribas y fariseos formaron un corro entre ellos y comenzaron a deliberar en voz baja, mientras Jesús y la multitud esperaban en silencio. Habían pretendido acorralar al Galileo y ahora eran ellos los que se veían en una embarazosa situación. Por fin, volviéndose hacia Jesús, replicaron: -Respecto al bautismo de Juan, no podemos contestar. No sabemos... La razón de aquella negativa estaba bien clara. Si afirmaban que «del cielo», Jesús podía responderles: «¿Por qué no le creísteis entonces?» Además, en este caso, el Maestro podía haber añadido que su autoridad procedía de Juan. Si, por el contrario, los escribas respondían 


que «de los hombres», aquella muchedumbre -que había considerado a Juan como un profeta podía echarse encima de los sacerdotes...






- La estrategia de Cristo, una vez más, había sido brillante y rotunda. Y el rabí, mirándoles fijamente, añadió: -Pues yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas... Los hebreos estallaron en ruidosas carcajadas, ante la impotencia de los «máximos maestros» de Israel, rojos de ira y de vergüenza. Jesús dirigió entonces su mirada hacia los que habían tratado de perderle y les dijo: -Puesto que estáis en duda sobre la misión de Juan y en enemistad con la enseñanza y hechos del Hijo del Hombre, prestad atención mientras os digo una parábola. Cierto gran y 


respetado terrateniente -comenzó el Galileo su relato- tenía dos hijos. Deseando que le 


ayudaran en la dirección de sus tierras, acudió a uno de ellos y le dijo: «Hijo, ve a trabajar hoy en mi viña.» Y este hijo, sin pensar, contestó a su padre: «No voy a ir.» Pero luego se arrepintió y fue. Cuando el padre encontró al segundo le dijo: «Hijo, ve a trabajar a mi viña.» Y este hijo, hipócrita y desleal, le dijo: «Sí, padre, ya voy.» Pero, cuando hubo marchado su padre, no fue. Dejadme preguntaros: ¿cuál de estos hijos hizo realmente la voluntad de su padre?






- La gente, como un solo hombre, contestó: -El primer hijo. 






- Jesús replicó entonces mirando a los sacerdotes:






- -Pues así, yo declaro que los taberneros y prostitutas, aunque parezcan rehusar la llamada del arrepentimiento, verán el error de su camino y entrarán en el reino de Dios antes que vosotros, que hacéis grandes pretensiones de servir al Padre del Cielo pero que rechazáis los trabajos del Padre. No fuisteis vosotros, escribas y fariseos, quienes creísteis en Juan, sino los taberneros y pecadores. Tampoco creéis en mis enseñanzas, pero la gente sencilla escucha mis palabras a gusto. Aquella segunda ridiculización pública obligó a los escribas y fariseos a dar media vuelta, 


entrando en el santuario. Y el Maestro siguió predicando en paz, haciendo las delicias de la multitud.






- Mientras tanto, Jesús había desarrollado una segunda parábola -la del rico propietario que llegó a enviar a su propio hijo para convencer a los rebeldes trabajadores de su viña de que le entregaran su renta- preguntando a los asistentes qué debería hacer el dueño de la viña con aquellos malvados arrendatarios.






- -Destruir a esos hombres miserables -contestó la multitud- y arrendar su viñedo a otros granjeros honestos que le den sus frutos en cada estación. 


Muchos de los presentes comprendieron el sentido de la parábola de Jesús y expresaron en voz alta: 






- -¡Dios perdone a quienes continúen haciendo estas cosas! 






- Pero algunos fariseos no se daban por vencidos y regresaron hasta el lugar donde predicaba Jesús. El Maestro, al verlos, les dijo: 






- -Vosotros sabéis cómo rechazaron vuestros hermanos a los profetas y sabéis bien que estáis decididos a rechazar al Hijo del Hombre. -Tras unos instantes de silencio, su mirada se hizo más intensa y añadió-: ¿Nunca leísteis en la Escritura sobre la piedra que los constructores rechazaron y que, cuando la gente la descubrió, hicieron de ella la piedra angular?... Una vez más os aviso. Si continuáis rechazando el Evangelio, el reino de Dios será llevado lejos de vosotros y entregado a otra gente, deseosa de recibir buenas nuevas y llevar adelante los frutos del espíritu. Yo os digo que existe un misterio sobre esa piedra: quien caiga sobre ella, aunque quede roto en pedazos, se salvará. Pero, sobre quien caiga dicha piedra angular, será molido hasta quedar hecho polvo y sus cenizas serán desperdigadas a los cuatro vientos. En esta ocasión, los escribas y jefes ni siquiera intentaron replicar. Y el Maestro prosiguió sus enseñanzas, refiriendo una tercera parábola: la del festín de bodas.






- Cuando hubo terminado, Jesús se puso en pie y se dispuso a despedir a la multitud. En ese instante, uno de los creyentes alzó su voz e interrogó al rabí: 






- -Pero, Maestro, ¿cómo sabremos estas cosas? ¿Qué signo nos darás por el que sepamos que tú eres el Hijo de Dios? 






- Se hizo un nuevo y espeso silencio. Los fariseos aguzaron sus oídos y, cuando consideraban que el impostor había caído en su propia trampa, el Galileo -con voz sonora y señalando con su dedo índice izquierdo hacia su propio pecho- afirmó: -Destruid este templo y en tres días lo levantaré.






- Jesús se dirigió a sus doce íntimos (en el jardin de la casa de Simon, el leproso), dedicando a cada uno de ellos unas cálidas palabras de despedida. 


Y empezó por Andrés, el verdadero responsable y jefe del grupo de los apóstoles. En uno de sus gestos favoritos, colocó sus manos sobre los hombros del hermano de Pedro, diciéndole:






- -No te desanimes por los acontecimientos que están a punto de llegar. Mantén tu mano 


fuerte entre tus hermanos y cuida de que no te vean caer en el desánimo. 






- Después, dirigiéndose a Pedro, exclamó:






- -No pongas tu confianza en el brazo de la carne, ni en las armas de metal. Fundamenta tu persona en los cimientos espirituales de las rocas eternas. 






- Jesús se colocó frente a Santiago, diciéndole:






- -No desfallezcas por apariencias exteriores. Permanece firme en tu fe y pronto conocerás la realidad de lo que crees. 






- Siguió con Nathaniel y en el mismo tono de dulzura afirmó:






- -No juzgues por las apariencias. Vive tu fe cuando todo parezca desvanecerse. Sé fiel a tu misión de embajador del reino. 






- Al imperturbable Felipe -el hombre «práctico» del grupo- le despidió con estas palabras: 


-No te sobrecojas por los acontecimientos que se van a producir. Permanece tranquilo, aun cuando no puedas ver el camino. Sé leal a tu voto de consagración. 






- A Mateo, seguidamente, le habló así:






- -No olvides la gracia que recibiste del reino. No permitas que nadie te estafe en tu 


recompensa eterna. Así como has resistido tus inclinaciones de la naturaleza mortal, desea permanecer resuelto. 






- En cuanto a Tomás, su despedida fue así:






- -No importa lo difícil que pueda ser: ahora debes caminar sobre la fe y no sobre la vista. No dudes que yo puedo terminar el trabajo que he comenzado. 


Aquellas palabras a Tomás -el gran escéptico- fueron especialmente proféticas. 


-No permitáis que lo que no podéis comprender os aplaste 






- -les dijo a los gemelos-. 






- Sed fieles a los afectos de vuestros corazones y no pongáis vuestra fe en grandes hombres o en la actitud cambiante de la gente. Permaneced entre vuestros hermanos. 


Después, llegando frente a Simón Zelotes -el discípulo más politizado-, prosiguió: -Simón, puede que te aplaste el desconcierto, pero tu espíritu se levantará sobre todos los que vayan contra ti. Lo que no has sabido aprender de mí, mi espíritu te lo enseñará. Busca las verdaderas realidades del espíritu y deja de sentirte atraído por las sombras irreales y materiales. 






- El penúltimo apóstol era el joven Juan. El Maestro tomó sus manos entre las suyas, diciéndole:






- -Sé suave. Ama incluso a tus enemigos. Sé tolerante. Y recuerda que yo he creído en ti... Juan, con los ojos humedecidos, retuvo las manos de Jesús, al tiempo que exclamaba con un hilo de voz: -Pero, Señor, ¿es que te marchas? el Maestro se aproximó al larguirucho Judas Iscariote.






- -Judas -le dijo el Galileo-, te he amado y he rezado para que ames a tus hermanos. No te sientas cansado de hacer el bien. Te aviso para que tengas cuidado con los resbaladizos caminos de la adulación y con los dardos venenosos del ridículo. 






- Fue entonces cuando Pedro y Santiago, que llevaban varios días enzarzados en una polémica sobre las enseñanzas de su Maestro en relación con el perdón de los pecados, decidieron salir de dudas. Y Pedro tomó la palabra: -Maestro, Santiago y yo no estamos de acuerdo respecto a tus enseñanzas sobre la 


redención del pecado. Santiago afirma que tú enseñas que el Padre nos perdona, incluso, antes de que se lo pidamos. Yo mantengo que el arrepentimiento y la confesión deben ir por delante del perdón. ¿Quién de los dos está en lo cierto? Algo sorprendido por la pregunta, Jesús se detuvo frente a la muralla oriental del templo y, mirando intensamente a los cuatro, respondió:






-Hermanos míos, erráis en vuestras opiniones porque no comprendéis la naturaleza de las íntimas y amantes relaciones entre la criatura y el Creador, entre los hombres y Dios. No alcanzáis a conocer la simpatía comprensiva que los padres sabios tienen para con sus hijos inmaduros y a veces equivocados. »Es verdaderamente dudoso que un padre inteligente y amante se ponga alguna vez a perdonar a un hijo normal. Relaciones de comprensión, asociadas con el amor impiden, efectivamente, esas desavenencias que más tarde necesitan el reajuste y arrepentimiento por el hijo, con perdón por parte del padre. »Yo os digo que una parte de cada padre vive en el hijo. Y el padre disfruta de prioridad y superioridad de comprensión en todos los asuntos relacionados con su hijo. El padre puede ver la inmadurez del hijo por medio de su propia madurez: la experiencia más madura del viejo. »Pues bien, con los hijos pequeños, el Padre celestial posee una infinita y divina simpatía y 


comprensión amorosa. El perdón divino, por tanto, es inevitable. Es inherente e inalienable a la infinita comprensión de Dios y a su perfecto conocimiento de todo lo concerniente a los juicios erróneos y elecciones equivocadas del hijo. La divina justicia es tan eternamente justa que incluye, inevitablemente, el perdón comprensivo.


»Cuando un hombre sabio entiende los impulsos internos de sus semejantes, los amará. Y cuando ames a tu hermano, ya le habrás perdonado. Esta capacidad para comprender la naturaleza del hombre y de perdonar sus aparentes equivocaciones es divina. En verdad, en verdad os digo que si sois padres sabios, ésta deberá ser la forma en que améis y comprendáis a vuestros hijos; incluso les perdonaréis cuando una falta de comprensión momentánea os haya separado. 


»El hijo, siendo inmaduro y falto de plena comprensión sobre la profunda relación padre-hijo, sentirá frecuentemente una sensación de separación respecto a su padre. Pero el verdadero padre nunca estará consciente de esta separación. »EI pecado es la experiencia de la conciencia de la criatura; no es parte de la conciencia de 


Dios. »Vuestra falta de capacidad y de deseo de perdonar a vuestros semejantes es la medida de vuestra inmadurez y la razón de los fracasos a la hora de alcanzar el amor. 


»Mantenéis rencores y alimentáis venganzas en proporción directa a vuestra ignorancia sobre la naturaleza interna y los verdaderos deseos de vuestros hijos y prójimo. El amor es el resultado de la divina e interna necesidad de la vida. Se funda en la comprensión, se nutre en el servicio generoso y se perfecciona en la sabiduría. Los cuatro amigos de Jesús guardaron silencio. Jesús comenzó sus palabras (Nuevamente en el Templo). Pero, apenas si había empezado cuando, un grupo de alumnos de las escuelas de escribas, destacándose entre el gentío, interrumpió al Maestro, preguntándole:






-Rabí, sabemos que eres un enseñante que está en lo cierto y sabemos que proclamas los 


caminos de la verdad y que sólo sirves a Dios, pues no temes a ningún hombre. Sabemos 


también que no te importa quiénes sean las personas. Señor, sólo somos estudiantes y 


quisiéramos conocer la verdad sobre un asunto que nos preocupa. ¿Es justo para nosotros dar tributo al César? ¿Debemos dar o no debemos dar? 






En aquel instante, uno de los sirvientes de Nicodemo -que profesaba desde hacía tiempo la doctrina de Jesús- hizo un comentario en voz baja, recordándonos que aquella impertinente interrupción formaba parte del plan, trazado en la fatídica reunión del Sanedrín del día anterior. Los fariseos, escribas y saduceos, en efecto, habían unido sus votos para, en principio, formar grupos «especializados» que tratasen de ridiculizar y desprestigiar públicamente al Galileo. 






Aquel típico silencio -propio de los momentos de gran tensión- fue roto por el Nazareno quien, en un tono irónico -como si conociese a la perfección la falsa ignorancia de aquellos muchachos, entre los que se hallaba una especial representación de los «herodianos» les preguntó a su vez: 






-¿Por qué venís así, a provocarme? 






Y acto seguido, extendiendo su mano izquierda hacia los estudiantes, les ordenó con voz firme: 






-Mostradme la moneda del tributo y os contestaré. 






El portavoz de los alumnos le entregó un denario de plata y el Maestro, después de mirar ambas caras, repuso: 






-¿Qué imagen e inscripción lleva esta moneda? 






Los jóvenes se miraron con extrañeza y respondieron, dando por sentado que el rabí conocía perfectamente la respuesta: 






-La del César. 






-Entonces -contestó Jesús, devolviéndoles la moneda-, dad al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios y a mí, lo que es mío... 






La multitud, maravillada ante la astucia y sagacidad de Jesús, prorrumpió en aplausos, mientras los aspirantes a escribas y sus cómplices, los «herodianos», se retiraban avergonzados. Aquella nueva trampa pública había sido muy bien planeada. Todo el mundo sabía que el denario era el máximo tributo que la nación judía debía pagar inexorablemente a Roma, como señal de sumisión y vasallaje. Si el Maestro hubiera negado el tributo, los miembros del Sanedrín habrían acudido rápidamente ante el procurador romano, acusando a Jesús de sedición. Si, por el contrario, se hubiese mostrado partidario de acatar las órdenes del Imperio, la mayoría del pueblo judío hubiera sentido herido su orgullo patriótico, excepción hecha de los 


saduceos, que pagaban el tributo con gusto. Fueron estos últimos precisamente quienes, pocos minutos después de este incidente, y siguiendo la estrategia programada por el Sanedrín, avanzaron hacia Jesús -que intentaba proseguir con sus enseñanzas- tendiéndole una segunda trampa: 






-Maestro -le dijo el portavoz del grupo-, Moisés dijo que si un hombre casado muriese sin dejar hijos, su hermano debería tomar a su esposa y sembrar semilla por el hermano muerto. Entonces ocurrió un caso: cierto hombre que tenía seis hermanos murió sin descendencia. Su siguiente hermano tomó a su esposa, pero también murió pronto sin dejar hijos. Y lo mismo hizo el segundo hermano, muriendo igualmente sin prole. Y así hasta que los seis hermanos tuvieron a la esposa y todos pasaron sin dejar hijos. Entonces, después de todos ellos, la propia esposa falleció. Lo que te queríamos preguntar es lo siguiente: cuando resuciten, ¿de quién será la esposa? 






Al escuchar la disertación del saduceo, varios de los discípulos de Jesús movieron 


negativamente la cabeza, en señal de desaprobación. Según me explicaron, las leyes judías sobre este particular hacía tiempo que eran «letra muerta» para el pueblo. Amén de que aquel caso tan concreto era muy difícil de que se produjera en realidad, sólo algunas comunidades de fariseos -los más puristas- seguían considerando y practicando el llamado matrimonio de levirato. 






El rabí, aun sabiendo la falta de sinceridad de aquellos saduceos, accedió a contestar. Y les dijo: 






-Todos erráis al hacer tales preguntas porque no conocéis las Escrituras ni el poder viviente de Dios. Sabéis que los hijos de este mundo pueden casarse y ser dados en matrimonio, pero no parecéis comprender que los que se hacen merecedores de los mundos venideros a través de la resurrección de los justos, ni se casan ni son dados en matrimonio. Los que experimentan la resurrección de entre los muertos son más como los ángeles del cielo y nunca mueren. Estos resucitados son eternamente hijos de Dios. Son los hijos de la luz. Incluso vuestro padre, Moisés, comprendió esto. Ante la zarza ardiente oyó al Padre decir: «Soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» Y así, junto a Moisés, yo declaro que mi Padre no es el Dios de los muertos, sino de los vivos. En él, todos vosotros os reproducís y poseéis vuestra existencia mortal. 






Los saduceos se retiraron, presa de una gran confusión, mientras sus seculares enemigos, los fariseos, llegaban a exclamar a voz en grito: «¡Verdad, verdad, verdad Maestro! Has contestado bien a estos incrédulos.» 






Quedé nuevamente sorprendido, al igual que aquella multitud, por la sagacidad y reflejos mentales de aquel gigante. Jesús conocía la doctrina de esta secta, que sólo aceptaba como válidos los cinco textos llamados los Libros de Moisés. Y recurrió precisamente a Moisés en su respuesta, desarmando a los saduceos. Pero, desde mi punto de vista, los fariseos que aplaudieron las palabras del Maestro, no entendieron tampoco la profundidad del mensaje del Nazareno, cuando aludió con voz rotunda « a los que experimentan la resurrección de entre los muertos». Los «santos» o «separados» -como se les llamaba popularmente a los fariseos creían que, en la resurrección, los cuerpos se levantaban físicamente. Y Jesús, en sus afirmaciones, no se refirió a este tipo de resurrección... 






El Maestro parecía resignado a suspender temporalmente su predicación y esperó en silencio una nueva pregunta. La verdad es que llegó a los pocos momentos, de labios de aquel mismo grupo de fariseos que había simulado tan cálidos elogios hacia el rabí. Uno de ellos, señalando a Jesús, expuso un tema que conmovió de nuevo al gentío: -Maestro -le dijo-, soy abogado y me gustaría preguntarte cuál es, en tu opinión, el mayor 


mandamiento. Sin conceder un segundo siquiera a la reflexión -y elevando aún más su potente voz-, el gigante repuso: 






-No hay más que un mandamiento y ése es el mayor de todos. Es éste: ¡Oye, oh Israel! El Señor, nuestro Dios, el Señor es uno. Y lo amarás con todo tu corazón y con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tu fuerza. Este es el primero y el gran mandamiento. Y el segundo es como este primero. En realidad, sale directamente de él y es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos. En ellos se basa toda la Ley y los profetas. 






Aquel hombre de leyes, consternado por la sabiduría de la respuesta de Jesús, se inclinó a alabar abiertamente al rabí: -Verdaderamente, Maestro, has dicho bien. Dios, ¡bendito sea!, es uno y nada más hay tras él. Amarle con todo el corazón, entendimiento y fuerza y amar al prójimo como a uno mismo es el primero y el gran mandamiento. Estamos de acuerdo en que este gran mandamiento ha de 


ser tenido mucho más en cuenta que todas las ofrendas y sacrificios que se queman. Ante semejante respuesta, el Nazareno se sintió satisfecho y sentenció, ante el estupor de los fariseos: 






-Amigo mío, me doy cuenta de que no estás lejos del reino de Dios... 






Jesús no se equivocaba. Aquella misma noche, en secreto, aquel fariseo acudió hasta el campamento situado en el huerto de Getsemaní, siendo instruido por Jesús y pidiendo ser bautizado. 






Aquella sucesión de descalabros dialécticos terminó por disuadir a los restantes grupos de escribas, saduceos y fariseos, que comenzaron a retirarse disimuladamente. Al observar que no había más preguntas, el Galileo se puso en pie y, antes de que los venenosos sacerdotes desaparecieran, les lanzó esta interrogante: 






-Puesto que no hacéis más preguntas, me gustaría haceros una: ¿Qué pensáis del Libertador? Es decir, ¿de quién es hijo? 






Los fariseos y sus compinches quedaron como electrizados mientras un murmullo recorría aquella zona de la explanada. Los miembros del Templo deliberaron durante algunos minutos y, finalmente, uno de los escribas, señalando uno de los papiros que llevaba anudado a su brazo derecho y que contenía la Ley, respondió: 






-El Mesías es el hijo de David. 






Pero el Nazareno no se contentó con esta respuesta. Él sabía que existía una agria polémica sobre si él era o no hijo de David -incluso entre sus propios seguidores- y remachó: -Sí el Libertador es en verdad el hijo de David, cómo es que en el salmo que atribuís a 


David, él mismo, hablando con el espíritu, dice: «El Señor dijo a mi señor: siéntate a mi derecha hasta que haga de tus enemigos el escabel de tus pies.» Si David le llama Señor, ¿cómo puede ser su hijo? 






Los fariseos y principales del templo quedaron tan confusos que no se atrevieron a responder. 






El Nazareno (en casa de Jose de Arimatea), en tono cansino, parecía dirigirse a aquellos extranjeros de Alejandría, Roma y Atenas: 






-... Sé que mi hora se está acercando y estoy afligido. Percibo que mi gente está decidida a 


desdeñar el reino, pero me alegro al recibir a estos gentiles, buscadores de la verdad, que 


vienen hoy aquí preguntando por el camino de la luz. Sin embargo -prosiguió Jesús-, el corazón me duele por mi gente y mi alma se turba por lo que está ante mi... 






El Maestro hizo una pausa y los comensales se miraron entre sí, desconcertados ante aquella idea obsesiva que el rabí venía manifestando día tras día. Al entrar en el patio, yo había procurado apoyar mi vara sobre una de las paredes de mármol blanco, pulsando el clavo que ponía en marcha la filmación. Y a decir verdad, el tiempo que permanecí en la casa de José, mi atención estuvo más pendiente del cayado -y de que no fuera derribado por el sin fin de siervos que entraban y salían con los manjares- que de mi anfitrión y sus invitados. 






-... ¿Qué puedo decir -continuó Jesús- cuando miro hacia adelante y veo lo que va a 


ocurrirme? 


Pedro clavó sus ojos azules en su hermano Andrés, pero, a juzgar por el gesto de sus rostros, ninguno terminaba de comprender. 






-... ¿Debo decir: sálvame de esa hora horrorosa? ¡No! Para este propósito he venido al 


mundo e, incluso, a esta hora. Más bien diré y rogaré para que os unáis a mí: Padre, glorificad su nombre. Tu voluntad será cumplida. 






Al terminar la comida, algunos de los griegos y discípulos se levantaron, rogando al Maestro que les explicase más claramente qué significaba y cuándo tendría lugar la «hora horrorosa». Pero Jesús eludió toda respuesta.






.Una vez en la explanada de los Gentiles, el rabí se acomodó en su lugar habitual -las escalinatas que rodeaban el Santuario- y en un tono sumamente cariñoso comenzó a hablar: 


-Durante todo este tiempo he estado con vosotros, yendo y viniendo por estas tierras, proclamando el amor del Padre para con los hijos de los hombres. Muchos han visto la luz y, por medio de la fe, han entrado en el reino del cielo. En relación con esta enseñanza y predicación, el Padre ha hecho cosas maravillosas, incluida la resurrección de los muertos. 


Muchos enfermos y afligidos han sido curados porque han creído. Pero toda esa proclamación de la verdad y curación de enfermedades no ha servido para abrir los ojos de los que rehúsan ver la luz y de los que están decididos a rechazar el evangelio del reino. 


»Yo y todos mis discípulos hemos hecho lo posible para vivir en paz con nuestros hermanos, para cumplir los mandatos razonables de las leyes de Moisés y las tradiciones de Israel. Hemos buscado persistentemente la paz, pero los dirigentes de esta nación no la tendrán. Rechazando la verdad de Dios y la luz del cielo se colocan del lado del error y de la oscuridad. No puede haber paz entre la luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte, entre la verdad y el error. 






»Muchos de vosotros os habéis atrevido a creer en mis enseñanzas y ya habéis entrado en la alegría y libertad de la consciencia de ser hijos de Dios. Seréis mis testigos de que he ofrecido la misma filiación con Dios a todo Israel. Incluso, a estos mismos hombres que hoy buscan mi destrucción. Pero os digo más: incluso ahora recibiría mi Padre a estos maestros ciegos, a estos dirigentes hipócritas si volviesen su cara hacia él y aceptasen su misericordia... 






Jesús había ido señalando con la mano a los diferentes grupos de escribas, saduceos y fariseos que, poco a poco, fueron incorporándose a los cientos de judíos que deseaban escuchar al rabí de Galilea. Algunos de los discípulos, especialmente Pedro y Andrés, se quedaron pálidos al escuchar los audaces ataques de su Maestro. 






-... Incluso ahora no es demasiado tarde -continuó Jesús- para que esta gente reciba la 


palabra del cielo y dé la bienvenida al Hijo del Hombre. 






Uno de los miembros del Sanedrín, al escuchar estas expresiones, se alteró visiblemente, arrastrando al resto de su grupo para que abandonara la explanada. Jesús se dio perfecta cuenta del hecho y levantando el tono de la voz, arremetió contra ellos: 






-... Mi Padre ha tratado con clemencia a esta gente. Generación tras generación hemos 


enviado a nuestros profetas para que les enseñasen y advirtiesen. Y generación tras 


generación, ellos han matado a nuestros enviados. Ahora, vuestros voluntariosos altos 


sacerdotes y testarudos dirigentes siguen haciendo lo mismo. Así como Herodes asesinó a Juan, vosotros igualmente os preparáis para destruir al Hijo del Hombre. 






»Mientras haya una posibilidad para que los judíos vuelvan su rostro hacia mi Padre y 


busquen la salvación, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob mantendrá sus manos extendidas hacía vosotros. Pero, una vez que hayáis rebasado la copa de vuestra impertinencia, esta nación será abandonada a sus propios consejos e irá rápidamente a un final poco glorioso... El arraigado sentido del patriotismo de los hebreos quedó visiblemente conmovido por aquellas sentencias de Jesús. Y la multitud, que escuchaba sentada sobre las losas del Atrio de los Gentiles, se removió inquieta, entre murmullos de desaprobación. Pero el Nazareno no se alteró. Verdaderamente, aquel hombre era valiente. -... Esta gente había sido llamada a ser la luz del mundo y a mostrar la gloria espiritual de una raza conocedora de Dios... Pero, hasta hoy, os habéis apartado del cumplimiento de vuestros privilegios divinos y vuestros líderes están a punto de cometer la locura suprema de todos los tiempos... 






Jesús hizo una brevísima pausa, manteniendo al auditorio en ascuas. (Pag 135)






-... Yo os digo que están a punto de rechazar el gran regalo de Dios a todos los hombres y a todas las épocas: la revelación de su amor.






»En verdad, en verdad os digo que, una vez que hayáis rechazado esta revelación, el reino del cielo será entregado a otras gentes. En el nombre del Padre que me envió, yo os aviso: estáis a un paso de perder vuestro puesto en el mundo como sustentadores de la eterna verdad y como custodios de la ley divina. Justo ahora os estoy ofreciendo vuestra última oportunidad para que entréis, como los niños, por la fe sincera, en la seguridad de la salvación del reino del cielo. 






»Mi Padre ha trabajado durante mucho tiempo por vuestra salvación, y yo he bajado a vivir entre vosotros para mostraros personalmente el camino. Muchos de los judíos y samaritanos e, incluso, de los gentiles han creído en el evangelio del reino. Y vosotros, los que deberíais ser los primeros en aceptar la luz del cielo, habéis rehusado la revelación de la verdad de Dios revelado en el hombre y del hombre elevado a Dios. 






»Esta tarde, mis apóstoles están ante vosotros en silencio. Pero pronto escucharéis sus 


voces, clamando por la salvación. Ahora os pido que seáis testigos, discípulos míos y creyentes en el evangelio del reino, de que, una vez más, he ofrecido a Israel y a sus dirigentes la libertad y la salvación. De todas formas, os advierto que estos escribas y fariseos se sientan aún en la silla de Moisés y, por tanto, hasta que las potencias mayores que dirigen los reinos de los hombres no los destierren y destruyan, yo os ordeno que cooperéis con estos mayores de Israel. No se os pide que os unáis a ellos en sus planes para destruir al Hijo del Hombre, sino en cualquier otra cosa relacionada con la paz de Israel. En estos asuntos, haced lo que os ordenen y observad la esencia de las leyes, pero no toméis ejemplo de sus malas acciones. Recordad que éste es su pecado: dicen lo que es bueno, pero no lo hacen. Vosotros sabéis bien cómo estos dirigentes os hacen llevar pesadas cargas y que no levantan un dedo para ayudaros. Os han oprimido con ceremonias y esclavizado con las tradiciones. 






»Y aún os diré más: estos sacerdotes, centrados en sí mismos, se deleitan haciendo buenas obras, de forma que sean vistas por los hombres. Hacen vastas sus filacterias y ensanchan los bordes de sus vestidos oficiales. Solicitan los lugares principales en los festines y piden los primeros asientos en las sinagogas. Codician los saludos y alabanzas en los mercados y desean ser llamados rabís por todos los hombres. E, incluso, mientras buscan todos estos honores, toman secretamente posesión de las viudas y se benefician de los servicios del templo sagrado. Por ostentación, estos hipócritas hacen largas oraciones en público y dan limosna para llamar la atención de sus semejantes. 






En aquellos momentos, cuando Jesús lanzaba sus primeros y mortales ataques contra los sacerdotes y miembros del Sanedrín, los apóstoles que se habían encargado de la instalación del campamento en la ladera del monte Olivete hicieron acto de presencia en la explanada, uniéndose al grupo de los discípulos. Fue una lástima que no hubieran escuchado la primera parte del discurso de Jesús. En especial, Judas Iscariote. A título personal creo que si el traidor hubiera sido testigo de aquellas primeras frases, ofreciendo misericordia, quizá hubiese cambiado de parecer. Pero, por lo que pude deducir en la tarde del miércoles, la última mitad de la plática del Maestro en el templo fue decisiva para que aquél desertara del grupo. Su sentido del ridículo y su negativo condicionamiento al «qué dirán» estaban mucho más acentuados en su alma de lo que yo creía. 






-... Y así como debéis hacer honor a vuestros jefes y reverencias a vuestros maestros - 


continuó el rabí-, no debéis llamar a ningún hombre «padre» en el sentido espiritual. Sólo Dios es vuestro Padre. Tampoco debéis buscar dominar a vuestros hermanos del reino. Recordad: yo os he enseñado que el que sea más grande entre vosotros debe ser sirviente de todos. Si pretendéis exaltaros a vosotros mismos ante Dios, ciertamente seréis humillados; pero, el que se humille sinceramente, con seguridad será exaltado. Buscad en vuestra vida diaria, no la propia gloria, sino la de Dios. Subordinad inteligentemente vuestra propia voluntad a la del Padre del cielo. 






»No confundáis mis palabras. No tengo malicia para con estos sacerdotes principales que, incluso, buscan mi destrucción. No tengo malos deseos contra estos escribas y fariseos que rechazan mis enseñanzas. Sé que muchos de vosotros creéis en secreto y sé que profesaréis abiertamente vuestra lealtad al reino cuando llegue la hora. Pero, ¿cómo se justificarán a sí mismos vuestros rabís si dicen hablar con Dios y pretenden rechazarle y destruir al que viene a los mundos a revelar al Padre? 






»¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! ¡Hipócritas...! Cerráis las puertas del reino del cielo a los hombres sinceros porque son incultos en las formas. Rehusáis entrar en el reino y, al mismo tiempo, hacéis todo lo que está en vuestra mano para evitar que entren los demás. 


Permanecéis de espaldas a las puertas de la salvación y os pegáis con todos los que quieren entrar. 






»¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! ¡Sois hipócritas! Abarcáis el cielo y la tierra para hacer prosélitos y, cuando lo habéis conseguido, no estáis contentos hasta que les hacéis dos veces más malos que lo que eran como hijos de los gentiles. 






»¡Ay de vosotros, sacerdotes y jefes principales! Domináis la propiedad de los pobres y exigís pesados tributos a los que quieren servir a Dios. Vosotros, que no tenéis misericordia, ¿podéis esperarla de los mundos venideros? 






»¡Ay de vosotros, falsos maestros! ¡Guías ciegos! ¿Qué puede esperarse de una nación en la que los ciegos dirigen a los ciegos? Ambos caerán en el abismo de la destrucción. 


»¡Ay de vosotros, que disimuláis cuando prestáis juramento! ¡Sois estafadores! Enseñáis que un hombre puede jurar ante el templo y romper su juramento, pero el que jura ante el oro del templo permanecerá ligado. ¡Sois todos ciegos y locos...! 






Jesús se había puesto en pie. El ambiente, cargado por aquellas verdades como puños que todo el mundo conocía pero que nadie se atrevía a proclamar en voz alta y mucho menos en presencia de los dignatarios del templo, se hacía cada vez más tenso. Nadie osaba respirar siquiera. Los discípulos, cada vez más acobardados, bajaban el rostro o miraban con temor a los grupos de sacerdotes. Pero el Nazareno parecía dispuesto a todo... 






-... Ni siquiera sois consecuentes con vuestra deshonestidad. ¿Quién es mayor: el oro o el templo? 


»Enseñáis que si un hombre jura ante el altar, no significa nada. Pero si uno jura ante el regalo que está ante el altar, entonces permanece como deudor. ¡Sois ciegos a la verdad! 


¿Quién es mayor: el regalo o el altar que santifica al regalo? ¿Cómo podéis justificar tanta hipocresía y deshonestidad? 






»¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! Os aseguráis de que traigan diezmos, menta y comino y, al mismo tiempo, no os preocupáis de los asuntos más pesados de la fe, misericordia y justicia. Con razón debéis hacer lo uno, pero sin olvidar lo otro. ¡Sois ciertamente maestros ciegos y sordos! Rechazáis al mosquito y os tragáis el camello... 






»¡Ay de vosotros, escribas, fariseos e hipócritas! Sois escrupulosos para limpiar la parte 


exterior de la taza y de las fuentes, pero dentro permanece la mugre de la extorsión, de los excesos y de la decepción. Sois espiritualmente ciegos. Reconoced conmigo que sería mejor limpiar primero el interior de la taza. Entonces, lo que desbordase de ella limpiaría el exterior. ¡Malvados réprobos! Hacéis que los actos exteriores de vuestra religión sean conformes a la letra mientras vuestras almas están empapadas de iniquidad y asesinatos. 






»¡Ay de vosotros, todos los que rechazáis la verdad y desdeñáis la misericordia! Muchos de vosotros sois como sepulcros blanqueados. Por fuera parecen hermosos pero, por dentro, están llenos de huesos de hombres y de toda clase de falta de limpieza. Aún así, vosotros, los que rechazáis a sabiendas el consejo de Dios, aparecéis ante los hombres como santos y rectos, pero, por dentro, vuestros corazones están inflamados por la hipocresía. 






»¡Ay de vosotros, falsos guías de la nación! A lo lejos habéis construido un monumento a los profetas martirizados por los antiguos, mientras que vosotros conspiráis para destruir a aquél de quien ellos hablaron. Adornáis las tumbas de los rectos y os halagáis a vosotros mismos diciendo que, de haber vivido en tiempos de vuestros padres, no hubierais matado a los profetas. Y con este pensamiento tan recto os preparáis para asesinar a aquel de quien hablaron los profetas: el Hijo del Hombre. ¡Adelante, pues, y llenad hasta el borde la copa de vuestra condena! 






»¡Ay de vosotros, hijos del pecado! Juan os llamó en verdad los vástagos de las víboras. Y yo me pregunto: ¿cómo podéis escapar al juicio que Juan pronunció sobre vosotros? El Nazareno guardó unos segundos de silencio, mientras los miembros del Sanedrín -rojos de ira- iban tomando notas en los rollos o «libros» que solían portar en sus brazos. Aquel hecho me trajo a la mente otra realidad que, tal y como venía comprobando, resultaría lamentable. Ninguno de los apóstoles o seguidores de Jesús tornaba jamás una sola nota de cuanto hacía y, sobre todo, de cuanto decía su Maestro. Dadas las múltiples enseñanzas del rabí de Galilea y su (Pag.137) considerable extensión -como el discurso que pronunciaba en aquellos momentos-, iba a resultar poco menos que imposible que sus palabras pudieran ser recogidas en el futuro con integridad y total fidelidad. Era una lástima que ninguno de aquellos hombres se hubiera propuesto la importantísima misión de ir recogiendo las pláticas y hechos que protagonizó el Nazareno. Aquella misma noche, en el campamento del Olivete, tendría ocasión de comprobar que no estaba equivocado en mis apreciaciones personales... 






-... Pero yo os ofrezco en nombre de mi Padre misericordia y perdón. Incluso ahora -añadió Jesús en un tono más suave y conciliador- os ofrezco mi mano. Mi Padre os envió a los profetas y a los sabios. A los primeros los matasteis y a los segundos los perseguís. Entonces apareció Juan, proclamando la venida del Hijo del Hombre y a él le destruisteis, a pesar de que muchos habían creído en sus enseñanzas. Y ahora os preparáis para derramar más sangre inocente. 






¿Comprendéis que llegará un día terrible en el que el Juez de toda la tierra os pedirá cuentas por la forma en que habéis rechazado, perseguido y destruido a estos mensajeros del cielo? ¿Comprendéis que debéis rendir cuenta de toda esta sangre honrada, desde el primer profeta, asesinado en los tiempos de Zechariah entre el Santuario y el altar? Y yo os digo más: si proseguís con esta conducta malvada, esa cuenta puede ser exigida, incluso, a esta misma generación. 






»¡Oh, Jerusalén e hijos de Abraham! Vosotros, que habéis apedreado a los profetas y asesinado a los maestros, incluso ahora reuniría a vuestros hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas... ¡Pero no queréis! 






»Ahora os voy a dejar. Habéis oído mi mensaje y tomado vuestra decisión. Los que han creído en mi evangelio están salvados. Los que habéis elegido rechazar el regalo de Dios no me veréis más enseñar en el templo. Mi trabajo está hecho. 


»¡Tened cuidado ahora! Yo sigo con mis hijos y vuestra casa queda desolada... 


Las crudas denuncias de Jesús de Nazaret habían cerrado toda posibilidad de reconciliación con los dirigentes del Sanedrín y de la clase sacerdotal de Jerusalén. Al terminar sus palabras, el Maestro ordenó a sus discípulos que le siguieran y todos salimos del templo, en dirección al campamento del Olivete. Pero en el ambiente de la ciudad santa quedó flotando una pregunta: 






«¿Qué suerte le aguardaba al rabí de Galilea?» 






Cuando nos disponíamos a salir, uno de los doce -Mateo, que recordaba la profecía de su Maestro en la cima del monte de las Aceitunas- se aproximó a Jesús y señalándole los pesados sillares de la muralla del Templo, le comentó con evidente incredulidad: -Maestro, observa de qué forma está construido esto. Mira las piedras macizas y los hermosos adornos. ¿Cómo puede ser que estas edificaciones vayan a ser destruidas? El rabí, sin aminorar su marcha por las calles de la ciudad, rumbo a la puerta de la Fuente, le dijo: 






-¿Habéis visto esas piedras y ese templo macizo? Pues en verdad, en verdad os digo que llegarán días muy próximos en los que no quedará piedra sobre piedra. Todas serán echadas abajo. 






Y el gigante guardó silencio. El resto del grupo se enzarzó entonces en interminables polémicas, considerando que era muy difícil que aquella fortaleza pudiera ser demolida. «Ni siquiera el fin del mundo -llegaron a insinuar algunos de los apóstoles- podría ocasionar la destrucción del Templo.»






El día apuntaba ya hacia el ocaso y Jesús, tratando de evitar a la muchedumbre de peregrinos que iban y venían por el valle de Kidrón, sugirió a sus discípulos que dejaran el camino que conducía a Betania, tomando uno de los senderos que discurre por la ladera sur del Olivete, en dirección norte. Al alcanzar una de las cimas, Jerusalén surgió de pronto a nuestra izquierda, majestuoso y bañado en oro por los últimos rayos solares. En el santuario y en las callejas habían empezado a encenderse las primeras lámparas de aceite. Aquel espectáculo hizo detenerse al grupo, mientras uno de los discípulos -señalando a la ciudad santa- preguntaba a Jesús: -Dinos, Maestro, ¿cómo sabremos que estos acontecimientos están a punto de ocurrir? 






El grupo terminó por sentarse sobre la hierba y el rabí, de pie y sin prisa, les fue diciendo: 


-Sí, os contaré algo sobre los tiempos en que esta gente habrá llenado la copa de su iniquidad y la justicia caerá sobre esta ciudad de nuestros padres... 






»Estoy a punto de dejaros. Voy a mi Padre. Cuando os deje, tened cuidado de que ningún hombre os engañe. Muchos vendrán como libertadores y llevarán a muchos por el mal camino. 


Cuando oigáis rumores sobre guerras, no os consternéis. Aunque todo eso ocurra, el fin de Jerusalén no habrá llegado aún. Tampoco debéis preocuparos cuando seáis entregados a las autoridades civiles y seáis perseguidos por el evangelio... 






Los apóstoles se miraron con el miedo reflejado en los semblantes. 






-... Seréis despedidos de la sinagoga y hechos prisioneros por mi causa. Y algunos de 


vosotros morirán. Cuando seáis llevados ante gobernadores y dirigentes será como testimonio de vuestra fe y para que mostréis firmeza en el evangelio del reino. Y cuando estéis ante jueces, no tengáis angustia de antemano sobre lo que debáis decir: el espíritu os enseñará en ese mismo momento lo que debéis contestar a vuestros adversarios. En esos días de dolor, incluso vuestros parientes, bajo la dirección de aquellos que han rechazado al Hijo del Hombre, os entregarán a la prisión y a la muerte. Por cierto tiempo seréis odiados por mi causa pero, incluso en esas persecuciones, no os abandonaré. Mí espíritu no os dejará desamparados. ¡Sed pacientes! No dudéis que el evangelio del reino triunfará sobre todos los enemigos y, a su tiempo, será proclamado por todas las naciones. 






El Maestro guardó silencio mientras miraba a la ciudad. Y yo, sentado con los demás, quedé maravillado ante la precisión de aquellas frases. Ciertamente, cuarenta años más tarde, cuando las legiones de Tito cercaron y asolaron Jerusalén, ninguno de los apóstoles se hallaba en la ciudad. De no haber sido advertidos por el Maestro. hubiera sido más que probable que algunos, quizá, hubieran perecido o hechos prisioneros. El silencio fue roto por Andrés:






-Pero Maestro, si la ciudad santa y el templo van a ser destruidos y si tú no estás aquí para 


dirigirnos, ¿cuándo deberemos abandonar Jerusalén? 






Jesús, entonces, procuró ser extremadamente claro y preciso: 






-Podéis quedaros en la ciudad después de que yo me haya ido, incluso en esos tiempos de dolor y amarga persecución. Pero, cuando finalmente veáis a Jerusalén rodeada por los ejércitos romanos tras la revuelta de los falsos profetas, entonces sabréis que su desolación está en puertas. Entonces debéis huir a las montañas. No dejéis que nadie os detenga ni permitáis que otros entren. Habrá una gran tribulación. Serán los días de la venganza de los gentiles. Cuando hayáis huido de la ciudad, esa gente desobediente caerá bajo el filo de las espadas de los gentiles. Entretanto os aviso: no os dejéis engañar. Si algún hombre viene a deciros: «Mira, éste es el Libertador» o «Mira, aquí está él», no le creáis. Saldrán muchos falsos maestros y otros serán llevados por el mal camino. No os dejéis engañar. Ya veis que os lo he advertido de antemano.






Pedro, a pesar de su buena voluntad, no parecía comprender lo que Jesús les estaba anunciando. Por sus comentarios deduje que asociaba aquella destrucción con el «fin del mundo» y no con la caída de Jerusalén. Al formular su pregunta al rabí me convencí plenamente: 






-Pero Maestro -apuntó Pedro-, todos sabemos que estas cosas pasarán cuando los nuevos 


cielos y la nueva tierra aparezcan. ¿Cómo sabremos entonces que tú vienes para traer todo 


esto? 


El gigante le miró con infinita compasión, comprendiendo que su fogoso amigo no había captado su mensaje. Y le dijo:






-Pedro, siempre yerras porque siempre tratas de relacionar la nueva enseñanza con la vieja. 


Estás decidido a malinterpretar mi enseñanza. Insistís en interpretar el evangelio, de acuerdo con vuestras creencias establecidas. Sin embargo, trataré de explicaros. 


»¿Por qué sigues buscando que el Hijo del Hombre se siente en el trono de David y esperas que se cumplan los sueños materiales de los judíos? Las cosas que ahora aprecias van a finalizar y será un nuevo comienzo, a partir del cual el evangelio del reino llegará a todo el mundo. Cuando el reino llegue a su pleno cumplimiento, estad seguros de que el Padre del cielo no dejará de visitaros. Y así seguirá mi Padre manifestando su misericordia y mostrando su amor, incluso a este oscuro y malvado mundo. Y así, después de que mi Padre me haya investido de todo poder y autoridad, yo también seguiré vuestros destinos, guiándoos en los asuntos del reino con la presencia de mi espíritu, que pronto será vertido sobre toda la carne. Estaré por tanto presente entre vosotros en espíritu y prometo que alguna vez volveré a este mundo, en el que he vivido esta vida de la carne y tenido la experiencia de revelar simultáneamente Dios al hombre y llevar al hombre a Dios. Muy pronto he de dejaros y realizar la obra que el Padre ha confiado en mis manos, pero tened coraje: volveré alguna vez. Entretanto, mi espíritu de verdad os confortará y guiará. Sin esperarlo, Jesús había pasado de la profecía sobre la destrucción de Jerusalén a un extremo que me interesaba profundamente y que yo había tratado ya con él: su anunciada y confusa segunda venida a la Tierra. Así que todos mis sentidos se centraron en aquellas palabras, tan mal interpretadas y peor transmitidas en el futuro por sus seguidores. 






-... Ahora me veis en la debilidad y en la carne. Pero, cuando vuelva -remachó el rabí desviando su mirada hacia mí-, será con poder y espíritu. El ojo de la carne ve al Hijo del Hombre en carne, pero sólo el ojo del espíritu contemplará al Hijo del Hombre glorificado por el Padre y apareciendo en la tierra con su propio nombre. 






»Pero los tiempos de la reaparición del Hijo del Hombre sólo son conocidos por los "consejos del paraíso". Ni siquiera los ángeles saben cuándo ocurrirá esto. Sin embargo, debéis comprender que, cuando este evangelio del reino haya sido proclamado por todo el mundo para la salvación de los hombres y cuando la plenitud de la época haya llegado, el Padre os enviará otro otorgamiento de designación divina, o el Hijo del Hombre volverá para cerrar la época .






Al escuchar aquellas revelaciones quedé perplejo. Y tentado estuve de tomar la palabra e interrogar a Jesús sobre ese misterioso «cierre» de una época. Sin embargo, mí condición de estricto observador me mantuvo al margen de la conversación. Y ahora, en relación con el dolor de Jerusalén, en verdad os digo que ni esta generación transcurrirá sin que se cumplan mis palabras. En cuanto a la nueva venida del Hijo del Hombre, nadie en la tierra ni en el cielo puede pretender hablar. 






-... Debéis ser sabios en relación con la madurez de una época Debéis estar alerta para discernir los signos de los tiempos. Sabéis que cuando la higuera muestra sus tiernas ramas y adelanta sus hojas, el verano está cerca. De igual forma, cuando el mundo haya pasado el largo invierno de la mentalidad material y veáis la venida de la primavera espiritual, entonces debéis saber que ha llegado el verano para mi nueva visita. 






(En el monte de Los Olivos, 4-04-30) Tomás, tomando la palabra, se dirigió al Maestro, preguntándole: -Puesto que vas a volver para terminar el trabajo del reino, ¿cuál debe ser nuestra actitud mientras estés fuera, en los asuntos del Padre? 






Jesús, sentado al otro lado de la hoguera, jugueteaba con un palo, removiendo la candela. Aquellas altas llamas daban a su rostro una extraña majestad. Con una paciencia envidiable, el Nazareno miró a Tomás por encima del fuego, respondiéndole: 


-Ni siquiera tú, Tomás, aciertas a comprender lo que he estado diciendo. ¿No os he 


enseñado que vuestra relación con el reino es espiritual e individual? ¿Qué más debo deciros? La caída de las naciones, la rotura de los imperios, la destrucción de los judíos no creyentes, el fin de una época e, incluso, el fin del mundo, ¿qué tienen que ver con alguien que cree en este evangelio y que ha cobijado su vida en la seguridad del reino eterno? Vosotros, que conocéis a Dios y creéis en el evangelio, habéis recibido ya la seguridad de la vida eterna. Puesto que vuestras vidas están en manos del Padre, nada os debe preocupar. Los ciudadanos de los mundos celestiales, los constructores del reino, no deben preocuparse Por las sacudidas temporales o perturbarse por los cataclismos terrestres. ¿Qué os importa a vosotros si las naciones se hunden, las épocas finalizan o todas las cosas visibles caen, si sabéis que vuestra vida es un regalo del Hijo y que está eternamente segura en el Padre? Habiendo vivido la vida temporal con fe y habiendo entregado los frutos del espíritu como prueba de servicio por vuestros semejantes, podéis mirar adelante con confianza. 


»Cada generación de creyentes debe llevar adelante su obra, con vistas al posible retorno del Hijo del Hombre, exactamente igual a como cada creyente particular lleva adelante su vida, con vistas a la inevitable y siempre pronta muerte natural. Cuando os hayáis establecido como hijos de Dios, nada más debe preocuparos. ¡Pero no os equivoquéis. Esta fe viva pone de manifiesto -cada vez más- los frutos de aquel divino espíritu que fue inspirado por primera vez en el corazón humano. El que hayáis aceptado ser hijos del reino celestial no os salvará de conocer el rechazo persistente de esas verdades que tienen que ver con los frutos progresivos espirituales de los hijos encarnados de Dios. Vosotros, que habéis estado conmigo en los asuntos del Padre en la tierra, podéis, incluso, abandonar ahora ese reino. Si veis que no os gusta la forma del servicio de la humanidad al Padre, como individuos y como creyentes, oídme mientras os digo una parábola... 






Sin querer, al escuchar aquellas últimas frases de Jesús, desvié mi mirada hacia Judas Iscariote. El hombre que ya había desertado en su corazón seguía las palabras de su Maestro con una frialdad que me produjo escalofríos. 






-... Hubo cierto hombre -prosiguió el Nazareno- que, antes de marchar para un largo viaje a otro país, llamó a todos sus sirvientes de confianza y les entregó todos sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos y al tercero, uno. A todos les confió sus bienes, según sus distintas habilidades. Cuando el señor hubo marchado, sus sirvientes se pusieron a trabajar para sacar beneficios de la fortuna que les había sido confiada. Inmediatamente, el que había recibido cinco talentos comenzó a comerciar con ellos y muy pronto hizo un beneficio de otros cinco talentos. De igual modo, el que había recibido dos talentos pronto ganó otros dos. Y así lo hicieron todos los sirvientes, acumulando nuevas ganancias para su amo, excepto el tercero. Este se marchó e hizo un agujero en la tierra, escondiendo el dinero. Pero el señor volvió inesperadamente y llamó a sus criados. El que había recibido cinco talentos se adelantó hasta su señor y, entregándole los diez le dijo: "Señor me distes cinco talentos y me complace presentarte otros cinco." Entonces, el señor le dijo: "Bien hecho, buen y fiel sirviente. Te haré mayordomo de muchos." Entonces, el que había recibido dos talentos, avanzó diciendo: "Señor, entregastes en mis manos dos talentos. Mira, he ganado otros dos." Y su señor le dijo: "Bien hecho, buen y fiel sirviente. Tú también has sido fiel y ahora te pondré por encima de otros." Por último, llegó al recuento el que había recibido un solo talento. "Señor -le dijo-, te conocía y me di cuenta de que eres un hombre astuto porque esperabas ganancias cuando tú, personalmente, no habías trabajado. Por tanto yo temía arriesgar lo que me habías confiado.. Yo guardé tu talento a salvo en la tierra y aquí está. Ahora tienes lo que te pertenece." Pero su señor contestó: "Eres un criado indolente y perezoso. Por tus propias palabras has confesado que sabías que te iba a pedir cuentas con beneficio razonable, como tus compañeros lo han hecho. Sabiendo esto deberías, al menos, haber colocado mi dinero en manos de los banqueros para que, a mi vuelta, yo pudiera recibir mi dinero con interés." (Pag. 142) "Entonces, el señor dijo al jefe de los criados: "Quitad el talento a este sirviente y dádselo al que tiene diez." 






»A todo el que tiene, le será dado mucho más y tendrá abundancia. Pero, al que no tiene, incluso, lo poco que tenga le será quitado. No os podéis quedar quietos en los asuntos del reino eterno. Mi Padre exige que todos sus hijos crezcan en gracia y en conocimiento de la verdad. Vosotros, que conocéis estas verdades, debéis producir el incremento de los frutos del espíritu y manifestar una devoción creciente en el generoso servicio a vuestros compañeros sirvientes. Y recordad que lo que deis al más pequeño de mis hermanos lo habréis hecho en servicio mío. "Y así debéis hacer la obra del Padre, ahora y más adelante. Continuad hasta que yo venga. 


»La verdad es la vida. El espíritu de la verdad siempre dirige a los hijos de la luz a nuevos reinos de realidad espiritual y divino servicio. No se os da la verdad para que la cristalicéis en formas hechas, seguras y honorables. 


»¿Qué pensarán las generaciones futuras de aquellos depositarios de la verdad, si les oyen decir?: "Aquí, Maestro, está la verdad que nos confiaste hace cientos o miles de años. No hemos perdido nada. Hemos preservado fielmente todo lo que nos diste. No hemos permitido cambios en lo que nos enseñaste. Aquí está la verdad que nos diste." 


»Libremente habéis recibido. Por tanto, libremente debéis dar la verdad del cielo. En verdad, en verdad os digo que entonces, esa verdad se multiplicará e irradiará nueva luz. Incluso, cuando la administréis vosotros.






(el 5-04-30 en la mañana) El Maestro, al fin, rompió el silencio, diciendo: -Hoy quiero que descanséis. Tomaros tiempo para meditar sobre todo lo que ha ocurrido 


desde que vinimos a Jerusalén. Reflexionad sobre lo que está a punto de llegar... 






La decisión de Jesús sorprendió un poco a los asistentes. Todos creían que el rabí entraría nuevamente en el templo y que se dirigiría a las masas. Sin embargo, el Galileo -puesto en pie- , confirmó su decisión, haciendo saber al jefe del grupo que pensaba retirarse durante toda la jornada y que, bajo ningún pretexto, deberían traspasar las puertas de la ciudad santa. Andrés asintió con la cabeza y Jesús se retiró al interior de la tienda.






(Jesús se disponía a partir solo a orar) En ese momento, David Zebedeo -uno de los discípulos más corpulentos y rápido de pensamiento y que jugaría un papel extraordinariamente práctico y eficaz durante las terribles jornadas del viernes, sábado y domingo-, salió al paso del gigante, exponiéndole lo siguiente: -Bien sabes, Maestro, que los fariseos y dirigentes del templo buscan destruirte. A pesar de ello, te preparas para ir solo a las colinas. Esto es una locura. Por tanto, mandaré contigo tres hombres armados para que te protejan. 






El Galileo miró primero a David Zebedeo y, a continuación, observó a los tres fornidos sirvientes del impulsivo discípulo, que esperaban a cierta distancia. Y en un tono que no admitía réplica o discusión alguna contestó, de forma que todos pudiéramos oírle: -Tienes razón, David. Pero te equivocas también en algo: el Hijo del Hombre no necesita que nadie le defienda. Ningún hombre me pondrá las manos encima hasta esa hora en la que deba dar mi vida, tal y como desea mi Padre. Estos hombres no van a acompañarme. Quiero ir y estar solo para que pueda comunicarme con mi Padre. 






Al escuchar a Jesús, David Zebedeo y sus guardianes se retiraron y yo, sintiendo que algo se quebraba en mi interior, comprendí también que no podía seguir al protagonista de mi exploración. Por alguna razón que no había querido detallar, el Maestro tenía que permanecer solo. Pero, cuando ya daba por perdida aquella parte de la misión, ocurrió algo que me hizo recobrar las esperanzas y que, por suerte, me permitiría reconstruir parte de lo que hizo Jesús en aquel miércoles. 






Cuando el rabí se dirigía ya hacia la entrada del huerto, dispuesto a perderse Dios sabe en qué dirección, el muchacho que había traído la cesta con las hogazas de pan surgió de entre los discípulos y corrió tras el Maestro. Al verle, el rabí se detuvo. Juan Marcos había llenado aquella misma cesta con agua y comida y le sugirió que, si pensaba pasar el día en el monte, se llevara al menos unas provisiones. Jesús le sonrió y se agachó, en ademán de tomar la cesta. Pero el niño, delantándose al Galileo, agarró el canasto con todas sus fuerzas, al tiempo que insinuaba con timidez: 


-Pero, Señor, ¿y si te olvidas de la cesta cuando vayas a rezar... Yo iré contigo y cargaré la comida. Así estarás más libre para tu devoción. 






Antes de que Jesús pudiera replicar, el muchachito intentó tranquilizarle: 






-Estaré callado... No haré preguntas... Me quedaré sentado junto a la cesta cuando te apartes para orar... Los discípulos que presenciaban la escena quedaron atónitos ante la audacia de Juan.






Y el Maestro volvió a sonreír. Acarició la cabeza del niño y le dijo: -Ya que lo ansías con todo tu corazón, no te será negado. Nos marcharemos solos y haremos un buen viaje. Puedes preguntarme cuanto salga de tu alma. Nos confortaremos y consolaremos juntos. Puedes llevar el cesto. Cuando te sientas fatigado, yo te ayudaré. Sígueme...






En vista de que aquellas últimas horas no estaban resultando tan íntimas y familiares como deseaba el Maestro, éste, tomando la palabra, les dijo: -No debéis permitir que las grandes muchedumbres os engañen. Las que nos oyeron en el Templo y que parecían creer nuestras enseñanzas, ésas, precisamente, escuchan la verdad superficialmente. Muy pocos permiten que la palabra de la verdad les golpee fuerte en su corazón, echando raíces de vida. Los que sólo conocen el evangelio con la mente y no lo experimentan en su corazón no pueden ser de confianza cuando llegan los malos momentos y los verdaderos problemas. "Cuando los dirigentes de los judíos lleguen a un acuerdo para destruir al Hijo del Hombre, y cuando tomen una única consigna, entonces veréis a esas multitudes como escapan consternadas o se apartan a un lado en silencio. 






»Entonces, cuando la adversidad y la persecución desciendan sobre vosotros, llegaréis a ver cómo otros (que pensábais que aman la verdad) os abandonan y renuncian al evangelio. Habéis descansado hoy como preparación para estos tiempos que se avecinan. Vigilad, por tanto, y rogad para que, por la mañana, podáis estar fortalecidos para lo que se avecina.






Y hacia la medianoche, el Galileo invitó a sus amigos para que se retiraran a descansar.






-Id a dormir, hermanos míos -les dijo con una especial dulzura- y conservad la paz hasta que nos levantemos mañana... Un día más para hacer la voluntad del Padre y experimentar la alegría de saber que somos sus hijos.






6-04-30 (pag 172) Jesús me sorprendió cuando alimentaba la hoguera con una nueva carga de leña. -Jasón -me dijo-, ¿no duermes? Sabes de la dureza de las próximas horas. Deberías descansar como todos los demás... 






Sentado junto al fuego le miré con curiosidad, al tiempo que le invitaba a responder a una pregunta que llevaba dentro desde que le había visto alejarse hacia el olivar:






Maestro, ¿por qué un hombre como tú necesita de la oración...? Porque, si no estoy equivocado, eso es lo que has hecho durante este tiempo...






El Galileo dudó. Y antes de responder, volvió a sentarse, pero esta vez junto a mi.






Dices bien, Jasón. El hombre, mientras padece su condición de mortal, busca y necesita respuestas. Y en verdad te digo que esa sed de verdad sólo puede aplacarla mi Padre. Ni el poder, ni la fama, ni siquiera la sabiduría, conducen al hombre al verdadero contacto con el reino del Espíritu. Es por la oración cómo el humano trata de acercarse al infinito. Mi espíritu empieza a estar afligido y yo también necesito del consuelo de mi Padre.






-¿Es que la verdadera sabiduría está en el reino de tu Padre?






-No... Mi Padre es la sabiduría.






Jesús recalcó la palabra «es» con una fuerza que no admitía discusión.






-Entonces, si yo rezo, ¿puedo saciar mi curiosidad e iluminar mi espíritu?






-Siempre que esa oración nazca realmente de tu espíritu. Ninguna súplica recibe respuesta, a no ser que proceda del espíritu. En verdad, en verdad te digo que el hombre se equivoca cuando intenta canalizar su oración y sus peticiones hacia el beneficio material propio o ajeno. Esa comunicación con el reino divino de los seres de mi Padre sólo obtiene cumplida respuesta cuando obedece a una ansia de conocimiento o consuelo espirituales. Lo demás –las necesidades materiales que tanto os preocupan- no son consecuencia de la oración, sino del amor de mi Padre.






-¿Por eso has insistido tanto en aquello de «buscar el reino de Dios y su justicia...»?






-Si, Jasón. El resto siempre se os da por añadidura...






-¿Y cómo debemos pedir?






-Como si ya se os hubiera concedido. Recuerda que la fe es el verdadero soporte de esa súplica espiritual.






-Dices que la oración -así formulada- siempre obtiene respuesta. Pero yo sé que eso no siempre es así...






El Galileo sonrió con benevolencia.






-Cuando las oraciones provienen en verdad del espíritu humano, a veces son tan profundas que no pueden recibir contestación hasta que el alma no entra en el reino de mi Padre.






-No comprendo...






-Las respuestas, no lo olvides, siempre consisten en realidades espirituales. Si el hombre no ha alcanzado el grado espiritual necesario y aconsejable para asimilar ese conocimiento emanado del reino, deberá esperar -en este mundo o en otros- hasta que esa evolución le permita reconocer y comprender las respuestas que, aparentemente, no recibió en el momento de la petición.






-¿Esto explicaría ese angustioso silencio que parece constituir en ocasiones la única respuesta a la oración?






-Sí. Pero no te confundas. El silencio no significa olvido. Como te he dicho, todas las súplicas que nacen del espíritu obtienen respuesta. Todas... Déjame que te lo explique con un ejemplo: el hijo está siempre en el derecho de preguntar a sus padres, pero éstos pueden demorar las respuestas, a la espera de que el infante adquiera la suficiente madurez como para comprenderlas.






»La gran diferencia entre los padres humanos y nuestro Padre verdadero está en que aquellos olvidan a veces que están obligados a contestar, aunque sea al cabo de los años.






-Según esto, cuando muramos, todos seremos sabios...






-Insisto que la única sabiduría válida en el reino de mi Padre es la que brota del amor. Después de gustar la muerte, nadie será sabio si no lo ha sido antes en vida...






-¿Debo pensar entonces que la demora en la respuesta a mis súplicas es señal de mi progresivo avance en el mundo del espíritu?






Jesús me miró con complacencia.






-Hay infinidad de respuestas indirectas, de acuerdo con capacidad mental y espiritual del que pide. Pero, cuando una súplica queda temporalmente en blanco, es frecuente presagio de una contestación que llenará, en su día, a un espíritu enriquecido por la evolución.






-¿Por qué resulta todo tan complejo?






-No, querido amigo. El amor no es complicado. Es vuestra natural ignorancia la que os precipita a la oscuridad y la que os inclina a una permanente justificación de vuestros errores.






Guardé silencio. Aquel hombre llevaba razón. Sólo los hombres tratan desesperadamente de justificarse y justificar sus fracasos... Levanté la vista hacia las estrellas y señalándole aquella maravilla, le dije:






-¿Qué sientes ante esta belleza?






El Galileo elevó también sus ojos hacia el Firmamento y respondió con melancolía:






-Tristeza...






-¿Por qué?






-Si el hombre no es capaz de recibir en su alma la grandeza de esta obra, ¿cómo podrá captar la belleza de Aquél que la ha creado?






-¿Es Dios tan inmenso como dices?






-Más que pensar en la inmensidad de mi Padre, debes creer en la inmensidad de su promesa divina. Rebasa el espíritu del hombre y llega a producir vértigo en las legiones celestiales...






-Ya me lo explicaste, pero, ¿de verdad el acceso al reino de tu Padre está al alcance de todos los mortales?






-El reino de nuestro Padre -me corrigió Jesús- está en el corazón de todos y cada uno de los seres humanos. Sólo los que despiertan a la luz del evangelio lo descubren y penetran en él.






-Entonces, ¿todas las religiones, credos o creencias pueden llevarnos a la verdad?






-La verdad es una y nuestro Padre la reparte gratuitamente. Es posible que el gusto y la belleza puedan ser tan caros como la vulgaridad y la fealdad, pero no sucede lo mismo con la verdad: ésta sí es un don gratuito que duerme en casi todos los humanos, sean o no gentiles, sean o no poderosos, sean o no instruidos, sean o no malvados...






-¿A quién aborreces más?






-En el corazón de mi Padre no hay lugar para el odio... Deberías saberlo. Guárdate sólo de los hipócritas, pero no viertas jamás en ellos el veneno de la venganza.






-¿Quién es hipócrita?






-Aquel que predica la vía del reino celestial y, en cambio, se instala en el mundo. En verdad te digo que los hipócritas engañan a los simples de corazón y no satisfacen más que a los mediocres.






-¿A quién estimas más: a un hombre espiritual o a un revolucionario?






El Maestro sonrió, un tanto sorprendido por mi pregunta. Y posando su mano izquierda sobre mi hombro, repuso con firmeza:






-Prefiero al hombre que actúa con amor...






-Pero, ¿quién puede llegar a amar más?






-Pregunta mejor, ¿quién puede llegar a comprender más?






-¿Quién?






-Aquel que es capaz de amarlo todo. Pero, ¡ojo! Jasón, aquel que ama de verdad no coloca la palabra «amor» sobre su puerta, tratando de justificarse ante el mundo. Y el que da, tampoco escribe la palabra «caridad» para que todos le reconozcan. Cuando alguna vez veas esas palabras, desvergonzadamente ostentadas en el mundo, no dudes que tienen la única finalidad de enriquecer y ensalzar a cuantos las esgrimen y airean.






»EI reino de mi Padre es semejante a una mujer que llevaba un cántaro lleno de harina. Mientras marchaba por un camino apartado se le rompió el asa y la harina se derramó detrás de ella por el camino. La mujer no se dio cuenta y no supo su desgracia. Cuando llegué a su casa depositó el cántaro en tierra y lo encontró vacío.






-¡Aquel que es capaz de amarlo todo!... -repetí con un ligero movimiento de cabeza-. ¡Qué difícil es eso...!






-Nada hay difícil para el que ha aprendido a ceder.






-Pero, ¿qué me dices de las injusticias? ¿También debemos aprender a amar a los que nos humillan o tiranizan?






-Cuando llegue el caso, pide explicaciones a tu hermano, pero nunca le odies. Sólo cuando miréis a vuestros hermanos con caridad podréis sentiros contentos.






-Ahora empiezo a comprender -comenté casi para mí mismo- por qué mi mundo se siente infeliz...






-El mayor error de tu mundo -repuso Jesús- es su falta de generosidad. El que conoce y practica el amor no suele tener necesidad de perdonar: siempre está dispuesto a comprenderlo todo.






-Puede que estés en lo cierto, pero siempre pensé que el gran error de nuestro mundo era su «empacho» tecnológico...






El Nazareno me miró con una inagotable afabilidad.






-Debéis tener paciencia y confiar. La humanidad, a veces, se emborracha y embota con sus propios hallazgos y triunfos, olvidando que su auténtico estado natural reside en la serenidad de su espíritu. El día que despierte de tan pesado letargo volverá sus ojos al sendero del amor: el único que conduce a la verdadera sabiduría.






El 6-04-30. Jesús se dirigio a sus discipulos.






-Los reinos de este mundo -dijo entre otras cosas-, siendo como son materiales, pueden estimar a menudo que es necesario emplear la fuerza física para la ejecución y desarrollo de las leyes y del mantenimiento del orden. En el reino de los cielos los creyentes no recurren al empleo de la fuerza física. El reino del cielo, siendo como es una hermandad espiritual entre los hijos de Dios, puede promulgarse únicamente por el poder del espíritu. Esta distinción de procedimiento no anula, sin embargo, el derecho de los grupos sociales de creyentes a mantener el orden en sus filas y administrar disciplina entre los miembros ingobernables e indignos. No es incompatible ser hijo del reino espiritual y ciudadano del gobierno secular y civil. Es deber del creyente dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios...






»No puede haber desacuerdo entre estos dos requisitos. A no ser -aclaró Jesús- que resulte que un César intenta usurpar las prerrogativas de Dios y pida homenaje espiritual y se le rinda culto supremo. En tal caso sólo debéis adorar a Dios, mientras intentáis iluminar a esos dirigentes mal guiados. No debéis rendir culto espiritual a los gobernantes de la tierra. Ni tampoco debéis emplear la fuerza física de los gobiernos terrenales.






»Ser hijos del reino, desde el punto de vista de una civilización avanzada -prosiguió Jesús, dirigiéndome una significativa mirada- debe convertiros en ciudadanos ideales en los reinos terrenales. La hermandad y el servicio -no lo olvidéis- son las piedras angulares del evangelio.






La llamada del amor del reino espiritual debe probar que es efectiva a la hora de destruir el instinto del odio entre los ciudadanos no creyentes y guerreros del mundo terreno. Pero estos hijos de las tinieblas, con mentalidad material, nunca sabrán de vuestra luz espiritual, a no ser que os acerquéis a ellos. Por ello debéis ser honorables y respetados entre los ciudadanos y entre los dirigentes de este mundo. Ese servicio social generoso sólo es la consecuencia natural de un espíritu que vive en la luz.






»Como hombres mortales sois en verdad ciudadanos de los reinos terrenales y debéis ser buenos ciudadanos y mucho más cuando habéis vuelto a nacer en el espíritu. Tenéis, por tanto, una triple obligación: servir a Dios, servir al hombre y servir a la hermandad de creyentes en Dios.






»No adoréis a los jefes temporales ni empleéis la fuerza para el fomento del reino espiritual. Pero manifestaros en un honrado ministerio de servicio amoroso, tanto a los creyentes como a los no creyentes. Es en el evangelio del reino donde reside el poderoso Espíritu de la Verdad. Yo verteré sobre vosotros ese Espíritu de Verdad y sus frutos serán poderosas palancas sociales que elevarán a las razas de las tinieblas. En verdad os digo que este Espíritu llegará a ser vuestro fulcro, con un poder multiplicador.






»Desplegad sabiduría y mostrad sagacidad en vuestros tratos con los dirigentes civiles no creyentes. Por medio de la discreción, mostraros expertos a la hora de allanar desacuerdos poco importantes y arreglar fútiles faltas de entendimiento. Buscad, por todos los procedimientos leales, el vivir apaciblemente con todos los hombres. Sed siempre sabios como las serpientes y tan inofensivos como las palomas...






»Seréis mejores ciudadanos si sabéis iluminar vuestro espíritu con la verdad del evangelio. Y los dirigentes en los asuntos civiles mejorarán como resultado de esta creencia en el reino celestial.






»Mientras los jefes de los gobiernos terrenales busquen ejercitar la autoridad, como dictadores religiosos, vosotros -los que creéis en este evangelio - sólo podéis esperar problemas, persecuciones e, incluso, la muerte...






Jesús hizo una pausa, dejando que aquellas últimas palabras flotasen como un negro presagio. 






Pero yo os digo -prosiguió el Maestro en un tono firme y esperanzador- que esa misma luz que llevéis al mundo, y hasta la forma en que padezcáis por ella, iluminará finalmente por sí misma a toda la humanidad y dará, como resultado, la separación gradual de la política y la religión.






El Galileo volvió a fijar sus ojos en mi. Y continuó:






La persistente predicación de este evangelio del reino llevará algún día a las naciones a una nueva e increíble liberación, a una libertad intelectual y a la libertad religiosa.






»Yo os anuncio ahora que, bajo las próximas persecuciones de los que odian este evangelio de la alegría y de la libertad, vosotros floreceréis y el reino de mi Padre prosperará. Pero no os (Pag. 181) engañéis. Correréis grave peligro cuando, en los tiempos posteriores, la mayoría de los hombres hablen bien de los creyentes en el reino y muchos, incluso, ocupando altos cargos, acepten el evangelio. Aprended a ser leales al reino, incluso en tiempos de paz y prosperidad.






No tentéis a los ángeles que os vigilan. No les tentéis a llevaros por caminos sembrados de dificultades, como amante disciplina, cuando os dejéis arrastrar por la molicie y la vanagloria.






Recordad que estáis encargados de predicar este evangelio el supremo deseo de hacer la voluntad del Padre, junto con la alegría suprema de la realización de la fe de ser hijos de Dios y no debéis dejar que nada desvíe vuestra atención. Haced que toda la humanidad se beneficie del desbordamiento de vuestro amante ministerio espiritual, iluminando la comunión intelectual e inspirando el servicio social. Pero ninguna de estas humanitarias labores deben ocupar el verdadero objetivo de vuestros corazones: proclamar el evangelio.






»No debéis buscar la promulgación de la Verdad, ni establecer la honradez, por medio del poder de los gobiernos civiles ni tampoco por la promulgación de leyes seculares.






»Podéis trabajar para persuadir a las mentes humanas, pero nunca -nunca- debéis atreveros a imponeros. No olvidéis la gran ley de la justicia humana que os he enseñado: lo que deseéis que otros os hagan, hacédselo vosotros a ellos...






«Cuando un creyente sea llamado a servir al gobierno terrenal, dejad que rinda ese servicio como ciudadano temporal de dicho gobierno, aunque tenga que mostrar todos los rasgos y señales ordinarios en la ciudadanía. Éstos han sido realzados por la ilustración espiritual de la ennoblecedora asociación de la mente del hombre mortal con el espíritu divino que habita en él.






Si el no creyente llega a cualificarse como un sirviente civil superior, debéis preguntaros seriamente si las raíces de la Verdad de vuestro corazón no han muerto por falta de las aguas vivientes de la comunión espiritual con el servicio social. La conciencia de ser hijos de Dios debe acelerar toda la vida de servicio a vuestros semejantes.






«No debéis ser místicos pasivos o desvaídos ascetas. No debéis volveros soñadores o veletas, cayendo en el cómodo letargo de creer que una ficticia Providencia os va a proveer, incluso, de lo necesario para vivir.






»En verdad, debéis ser suaves en vuestros tratos con los mortales que se equivocan. Y pacientes en vuestras conversaciones con los hombres ignorantes. Y contenidos ante la provocación... Pero también debéis ser valientes a la hora de defender la honradez y fuertes en la promulgación de la verdad y hasta audaces para predicar este evangelio del reino. Y deberéis llegar hasta los confines del mundo...






»Este evangelio es una Verdad viviente. Os he dicho que es como la levadura en el pan y como el grano de mostaza. Y ahora os declaro que es como la semilla del ser viviente que, de generación en generación, mientras siga siendo la misma semilla viviente, se despliega indefectiblemente en nuevas manifestaciones y crece de forma aceptable, adaptándose a las necesidades peculiares y condiciones de cada generación. La revelación que os he hecho es una revelación viva...






El Galileo recalcó estas dos últimas palabras con una fuerza indescriptible.






-… Una revelación viva -dijo-, y es mi deseo que lleve frutos apropiados a cada individuo y a cada generación, de acuerdo con las leyes del crecimiento espiritual. Es mi deseo que se incremente y que tenga un desarrollo. De generación en generación, este evangelio debe mostrar vitalidad creciente y mayor hondura de poder espiritual. No se debe permitir que llegue a ser un simple recuerdo sagrado, una mera tradición sobre mí o sobre los tiempos en los que ahora vivimos...






Aquella mirada profunda y afilada como un puñal se paseó por todos y cada uno de los oyentes. Y al llegar a mi, Jesús volvió a repetirlas:






-… No se debe permitir que llegue a ser un simple recuerdo sagrado, una mera tradición sobre mi o sobre los tiempos en los que ahora vivimos.






Después, descendiendo a un tono más calmado, prosiguió:






-Y no olvidéis que no hemos dirigido un ataque personal a los individuos ni a la autoridad de los que se sientan en la silla de Moisés. Tan sólo les hemos ofrecido la nueva luz, que ellos han rechazado con tanto vigor. Hemos arremetido contra ellos sólo por su deslealtad espiritual para con las mismas verdades que confiesan enseñar y salvaguardar. Hemos chocado con estos establecidos dirigentes y reconocidos jefes sólo cuando se han opuesto directamente a la predicación del evangelio. E incluso ahora no somos nosotros los que arremetemos contra ellos, sino ellos los que buscan nuestra destrucción. No estáis para atacar las antiguas formas. Debéis (Pag. 182) poner diestramente la levadura de la nueva Verdad en medio de las viejas creencias. Y dejad que el Espíritu haga su propio trabajo. Dejad que venga la controversia, sólo cuando aquellos que os desprecian os fuercen a ella. Pero, cuando los no creyentes os ataquen intencionadamente, no dudéis en manteneros en una vigorosa defensa de la Verdad que os ha salvado y santificado.






»Recordad siempre amaros el uno al otro. No luchéis con los hombres, ni siquiera con los no creyentes. Mostrad misericordia, incluso, con los que, despreciativamente, abusen de vosotros. Mostraros ciudadanos leales, honrados artesanos, vecinos merecedores de alabanza, parientes devotos, padres comprensivos y sinceros creyentes en la hermandad del reino del Espíritu. Y yo os aseguro que mi espíritu estará sobre vosotros ahora y siempre, hasta el final del mundo...






- (Pag. 196) Después de la ultima cena, en el campamento con varios de sus seguidores.






-Amigos y hermanos. No me queda mucho tiempo para estar entre vosotros. Desearía que nos aisláramos con el fin de pedirle a nuestro Padre Celestial la fuerza necesaria en esta hora y seguir así la obra que, en su nombre, debemos realizar. Los discípulos y los griegos le siguieron entonces ladera arriba, hasta una plataforma rocosa, en plena cima del Olivete. Una vez allí, pidió que nos arrodilláramos a su alrededor. Yo continué de pie, al tiempo que filmaba aquella impresionante escena. El gigante, bañado por la luz de la luna, levantó los ojos hacia las estrellas y con su voz de trueno exclamó:






-¡Padre, ha llegado mi hora!... Glorifica a tu Hijo para que el Hijo pueda glorificarte. Sé que me has dado plena autoridad sobre todas las criaturas vivientes de mi reino y daré la vida eterna a todos aquellos que, por la fe, sean hijos de Dios. La vida eterna es que mis criaturas te reconozcan como el único y verdadero Dios y Padre de todos. Que crean en Aquel a quien has enviado a este mundo. Padre, te he exaltado en esta tierra y cumplido la obra que me encomendaste. Casi he terminado mi efusión sobre los hijos de nuestra propia creación. Solamente me resta sacrificar mi vida carnal.






»Ahora, Padre, glorifícame con la gloria que tenía antes de que este mundo existiera y recíbeme una vez más a tu derecha.






Jesús hizo una breve pausa, mientras sus cabellos comenzaron a agitarse por una brisa cada vez más intensa.






Te he puesto de manifiesto ante los hombres que has escogido en el mundo y que me has dado -prosiguió-. Son tuyos, como toda la vida entre tus manos. He vivido con ellos enseñándoles las normas de la vida, y ellos han creído. Estos hombres saben que todo lo que tengo proviene de ti y que la encarnación de mi vida está destinada a dar a conocer a mi Padre en el mundo. Les he revelado la verdad que me has dado y ellos -mis amigos y mis embajadores- han querido sinceramente recibir tu palabra. Les he dicho que soy descendiente tuyo, que me has enviado a esta tierra y que estoy dispuesto a volver hacia ti... Padre, ruego por todos estos hombres escogidos. Ruego por ellos, no como lo haría por el mundo, sino como hombres a los que he elegido para representarme después que haya vuelto junto a ti. Estos hombres son míos. Tú me los has dado.






»No puedo permanecer más tiempo en este mundo. Voy a volver a la obra que me has encargado. Es preciso que deje a estos compañeros tras de mí para que nos representen y representen nuestro reino entre los hombres. Padre, preserva su fidelidad mientras me preparo para abandonar esta vida encarnada. Ayúdales a estar unidos en espíritu como tú y yo lo estamos. Son mis amigos. «Durante mi estancia entre ellos podía velar y guiarles, pero ahora voy a partir. Padre, permanece junto a ellos hasta que podamos enviar un nuevo instructor que les consuele y reconforte. Me has dado a doce hombres y he guardado a todos menos a uno, que no ha querido mantener su comunión con nosotros. Estos hombres son débiles y frágiles, pero sé que puedo contar con ellos. Los he probado y sé que me quieren. Pese a que tengan que padecer mucho por mi culpa, deseo que estén ilusionados.






«El mundo puede odiarles como me ha odiado a mí. Pero no pido que les retires del mundo; solamente que les libres del mal que existe en este mundo. Santifícales en la verdad. Tu palabra es la verdad. Lo mismo que me has enviado a este mundo, así voy a enviarles a ellos (Pag 197) por el mundo. Por ellos he vivido entre los hombres y consagrado mi vida a tu servicio, con el fin de inspirarles para que se purifiquen en la verdad y en el amor que les he mostrado. Bien sé, Padre mío, que no necesito rogarte que veles por ellos después de mi marcha. Y también sé que les amas tanto como yo. Hago esto para que comprendan mejor que el Padre ama a los mortales lo mismo que el Hijo.






»Deseo demostrar fervientemente a mis hermanos terrestres la gloria que disfrutaba a tu lado antes de la creación de este mundo que se conoce tan poco...






»¡Oh, Padre justo!, pero yo te conozco y te he dado a conocer a estos creyentes, que divulgarán tu nombre a otras generaciones.






»De momento les prometo que estarás cerca de ellos en el mundo, de la misma manera que has estado conmigo.






Y levantando sus largos brazos hacia el cielo, concluyó:






Yo soy el pan de la vida... Yo soy el agua viva... Yo soy la luz del mundo... Yo soy el deseo de todas las edades... Yo soy la puerta abierta a la salvación eterna... Yo soy la realidad de la vida sin fin... Yo soy el buen pastor... Yo soy el sendero de la perfección infinita... Yo soy la resurrección y la vida... Yo soy el secreto de la vida eterna... Yo soy el camino, la verdad y la vida... Yo soy el Padre infinito de mis hijos limitados... Yo soy la verdadera cepa y vosotros, los armientos... Yo soy la esperanza de todos aquellos que conocen la verdad viviente... Yo soy el puente vivo que une un mundo con otro... Yo soy la unión viva entre el tiempo y la eternidad...






Tras unos minutos de silencio, el Galileo pidió a sus hombres que se alzaran y -uno por uno fue abrazándoles. Cuando llegó hasta mi, sus ojos se hallaban arrasados por las lágrimas.






Después solo con David y uno de sus mensajeros (Jacob) le dijo al mensajero:






-Vete enseguida a casa de Abner, en Filadelfia, y dile lo siguiente: el Maestro te envía sus deseos de paz. Dile también que ha llegado la hora en que seré entregado a mis enemigos y que seré muerto...






El emisario palideció, pero Jesús prosiguió sin inmutarse:






Dile igualmente que resucitaré de entre los muertos y que me apareceré a él antes de regresar junto a mi Padre. Entonces le daré instrucciones sobre el momento en que el nuevo instructor vendrá a morar en vuestros corazones.






David y yo nos miramos. Jesús rogó entonces a Jacobo que repitiera el mensaje y, una vez satisfecho, le despidió con estas palabras:






-No temas. Esta noche, un mensajero invisible correrá a tu lado.






El Maestro regresó hasta la fogata y, cuando se disponía a alejarse con sus íntimos hacia el interior del olivar, David le retuvo unos instantes. Con la voz trémula y los ojos húmedos acertó al fin a decirle:






-Maestro, he tenido una gran satisfacción al trabajar para ti. Mis hermanos son tus apóstoles, pero me alegro de haberte servido en las cosas más pequeñas. Lamentaré de todo corazón tu partida...






Las lágrimas terminaron por rodar por sus curtidas mejillas. Y el Galileo, sin poder contener su amor hacia aquel hombre prudente y eficaz, le tomó por los hombros, diciéndole:






-David, hijo mío, los otros han hecho lo que les ordené. Pero, en tu caso, ha sido tu propio corazón el que ha respondido y servido con devoción. Tú también vendrás un día a servir a mi lado en el reino eterno.






7 de abril 30 (VIERNES)






(En el Calvero) -¡Abbá! -murmuró de nuevo-. He venido a este mundo para cumplir tu voluntad y así lo he hecho... Sé que ha llegado la hora de sacrificar mi vida carnal... No lo rehuyo, pero desearía saber si es tu voluntad que beba esta copa...






-... Dame la seguridad -prosiguió- de que con mi muerte te satisfago como lo he hecho en vida.






Sus manos, abiertas, tensas e implorantes, fueron descendiendo poco a poco. Pero su rostro -tenuemente iluminado por la Luna- no se movió…. Jesús levantó el rostro hacia las estrellas y, gimiendo, llamó de nuevo a su Padre….






-¡Abbá!... ¡Abbá!...






-Padre..., muy bien sé que es posible evitar esta copa. Todo es posible para ti... Pero he venido para cumplir tu voluntad y, no obstante ser tan amarga, la beberé si es tu deseo...






…Una vez allí, ya con su habitual tono de voz, el Maestro habló así, siempre con la mirada fija en lo alto:






-Padre, ves a mis apóstoles dormidos... Extiende sobre ellos tu misericordia. En verdad, el espíritu está presto, pero la carne es débil...






Jesús guardó silencio e inclinó su cabeza, cerrando los ojos. Después, a los pocos segundos, dirigió su rostro nuevamente a los cielos, exclamando:






-Y ahora, Padre mío, si esta copa no se puede apartar... la beberé. Que se haga tu voluntad y no la mía...






Debían ser casi la una de la madrugada de aquel viernes, 7 de abril.






El Maestro había continuado en dirección a la soldadesca, deteniendo sus pasos a pocos metros del grupo. Y desde allí, con gran voz, interpeló al que parecía el jefe:






-¿Qué buscas aquí?






El soldado romano, que a juzgar por su casco con un penacho de plumas rojas y su espada (situada en el costado izquierdo), debía ser un oficial, se adelantó a su vez y, en griego, respondió:






-¡A Jesús de Nazaret!






El Maestro avanzó entonces hacia el posible centurión y con gran solemnidad exclamó:






-Soy yo...






Judas - cuyos planes no estaban saliendo tal y como él había previsto, según pude averiguar horas más tarde- se acercó al Nazareno, abrazándole. E inmediata y ostensiblemente -de forma que todos pudiéramos verle- se alzó sobre las puntas de sus sandalias, estampando un beso en la frente de Jesús, al tiempo que le decía:






-¡Salud, Maestro e Instructor!






Y el Galileo, sin perder la calma, le respondió:






-¡Amigo...!. no basta con hacer esto. ¿Es que, además, quieres traicionar al Hijo del Hombre con un beso?






Antes de que Judas pudiera reaccionar, el Maestro se zafó del abrazo del traidor, encarándose nuevamente con el oficial romano y con el resto de la tropa.






-¿Qué buscan?






-¡A Jesús de Nazaret! -repitió el oficial.






-Ya te he dicho que soy yo... Por tanto -prosiguió Jesús-, si al que buscas es a mí, deja a los demás que sigan su camino... Estoy dispuesto a seguirte...






Antes de que la escolta romana tuviera tiempo de proteger a Malco, Pedro -espada en alto cayó sobre el aterrorizado siervo del sumo sacerdote, lanzando un violento mandoble sobre su cráneo. En el último segundo, Malco logró echarse a un lado, evitando así que la potente izquierda de Simón le abriera la cabeza. El filo de la espada, sin embargo, rozó la parte derecha de su cara, rebanándole la oreja e hiriéndole en el hombro.






Jesús levantó entonces su brazo hacia Pedro y con gran severidad recriminó su acción:






-¡Pedro, envaina tu espada...! Quienquiera que desenvaine la espada, morirá por la espada. ¿No comprendéis que es voluntad de mi Padre que beba esta copa? ¿No sabéis que ahora mismo podría mandar a docenas de legiones de ángeles y sus compañeros me librarían de las manos de los hombres?






Mientras le maniataban, el Maestro, profundamente dolorido por aquella humillación, se dirigió a los levitas y soldados quienes, con las espadas y bastones dispuestos para repeler cualquier otro ataque, contemplaban la escena:






-¿Para qué sacan sus espadas y palos contra mí, como si fuera un ladrón? Todos los días he estado con vosotros en el templo, educando y enseñando públicamente al pueblo, sin que hicierais nada para detenerme...






Pero nadie respondió. Eran las dos menos diez de la madrugada...






»Anas:-¿No estimas que soy muy bondadoso contigo...? ¿No te das cuenta de cuál es mi poder? Yo puedo determinar el resultado final de tu próximo juicio...






«Jesús, por primera vez, habló y, dirigiéndose a Anás, le dijo:






»-Ya sabes que jamás podrás tener poder sobre mi sin permiso de mi Padre. Algunos






querrían matar al Hijo del Hombre porque son unos ignorantes y no saben hacer otra cosa. Pero tú, amigo, sí tienes idea de lo que haces. Entonces, ¿cómo puedo rechazar la luz de Dios?






»Anas:-¿Qué intentas enseñar al pueblo? ¿Quién pretendes ser?






»El Maestro no eludió ninguna de las cuestiones. Y se dirigió a Anás con gran firmeza:






»-Muy bien sabes que he hablado claramente al mundo. He enseñado en las sinagogas






muchas veces y también en el templo, donde judíos y gentiles me han escuchado. No he dicho nada en secreto. ¿Cuál es entonces la razón por la que me interrogas sobre mis enseñanzas? ¿Por qué no convocas a mis oyentes y te informas por ellos? Todo Jerusalén me ha oído. Y tú también, aunque no hayas entendido mis enseñanzas.






Uno de los siervos de la casa se volvió hacia el Maestro y le abofeteó violentamente, diciéndole: ¿Cómo te atreves a contestar así al sumo sacerdote?






con la misma transparencia y docilidad con que se había dirigido a Anás le manifestó.






»-Amigo mío, si he hablado mal, testifica contra mi. Pero, si es verdad, ¿por qué me maltratas?






»Anas: -¿Te consideras el Mesías, libertador de Israel?






»Jesús levantó nuevamente el rostro y con idéntica calma le dijo:






»-Anás, me conoces desde mi juventud y sabes que no pretendo ser nada más y nada menos que el delegado de mi Padre. He sido enviado para todos los hombres: tanto gentiles como judíos.






»Anas: -He oído comentar que pretendes ser el Mesías. ¿Es cierto?






»-¡Tú lo has dicho! 






Caifas: -En nombre de Dios vivo -¡bendito sea!- te ordeno que me digas si eres el liberador, el Hijo de Dios..., ¡bendito sea su nombre!






Esta vez, Jesús, bajando sus ojos hacia el menguado y colérico sumo sacerdote, sí dejó oír su potente voz:






-Lo soy... Y pronto iré junto al Padre. En breve, el Hijo del Hombre será revestido de poder y reinará de nuevo sobre los ejércitos celestiales.






Pilato se dirigió nuevamente al Galileo: -En lo que se refiere a la tercera de las acusaciones, dime, ¿eres tú el rey de los judíos?






-Pilato -repuso el rabí-, ¿haces esa pregunta por ti mismo o la has recogido de los acusadores?






El procurador abrió sus ojos indignado.






-¿Es que soy un judío? Tu propio pueblo te ha entregado y los principales sacerdotes me han pedido tu pena de muerte...






Poncio trató de recobrar la calma y mostrando sus dientes de oro añadió:






-Dudo de la validez de estas acusaciones y sólo trato de descubrir por mí mismo qué es lo que has hecho. Por eso te preguntaré por segunda vez: ¿has dicho que eres el rey de los judíos y que intentas formar un nuevo reino?






El Galileo no se demoró en su respuesta:






-¿No ves que mi reino no está en este mundo? Si así fuera, mis discípulos hubieran luchado para que no me entregaran a los judíos. Mi presencia aquí, ante ti y atado, demuestra a todos los hombres que mi reino es una dominación espiritual: la de la confraternidad de los hombres que, por amor y fe, han pasado a ser hijos de Dios. Este ofrecimiento es igual para gentiles que para judíos.






Pilato se levantó y golpeando la mesa con la palma de su mano, exclamó sin poder reprimir su sorpresa:






-iPor consiguiente, tú eres rey!






-Sí –contestó el prisionero, mirando cara a cara al procurador-, soy un rey de este género y mi reino es la familia de los que creen en mi Padre que está en los cielos. He nacido para revelar a mi Padre a todos los hombres y testimoniar la verdad de Dios. Y ahora mismo declaro que el amante de la verdad me oye.






El procurador dio un pequeño rodeo en torno a la mesa y. situándose entre Juan y el prisionero, comentó para sí mismo:






-¡La Verdad!... ¿Qué es la Verdad?... ¿Quién la conoce?.






Poncio: -¿De dónde vienes...? ¿Quién eres en realidad? ¿Por qué dicen que eres el Hijo de Dios...?






El Nazareno levantó su rostro levemente, posando una mirada llena de piedad sobre aquel juez débil y acorralado por sus propias dudas. Pero los temblorosos labios de Jesús no llegaron a articular palabra alguna.






Pilato, cada vez más descompuesto, insistió:






-¿Es que te niegas a responder? ¿No comprendes que todavía tengo poder suficiente para liberarte o crucificarte?






Al escuchar aquellas amenazantes advertencias, el Galileo repuso al fin con un hilo de voz:






-No tendrías poder sobre mí sin el permiso de arriba...






La extrema debilidad del Maestro hizo que sus palabras llegaran muy mermadas hasta los oídos del procurador. Y éste, aproximándose cuanto le fue posible hasta los plastones rojizos que habían quedado prendidos en su barba y bigote, le pidió que repitiese.






-¿Cómo dices?






-No puedes ejercer ninguna autoridad sobre el Hijo del Hombre -añadió Jesús haciendo un esfuerzo-, a menos que el Padre celestial te lo consienta...






Poncio se echó atrás, con los ojos desencajados por el desconcierto. Pero el Nazareno no había terminado.






Pero tú no eres totalmente culpable, ya que ignoras el evangelio. Aquel que me ha






traicionado y entregado a ti ha cometido el mayor de los pecados.






…el Nazareno, dirigiéndose a Juan, colocó su mano sobre la cabeza del discípulo, haciéndole un último ruego:






-Juan, no puedes hacer nada por mí... Vete con mi madre y tráela para que me vea antes de que muera.






…Las mujeres rompieron a llorar. Fueron unas lágrimas amargas y silenciosas.






El Galileo giró entonces su cabeza y al contemplar al grupo de judías inspiró profundamente. Después, ante la sorpresa general, exclamó con una voz ronca.






-¡Hijas de Jerusalén...! No lloréis por mí. Llorad más bien por vosotras mismas y los






vuestros...






El viento golpeaba los mantos de las hebreas, que no cesaban de sollozar. Y Jesús, tras una breve pausa, añadió:






-Mi misión está casi cumplida. Muy pronto me iré con mi Padre... pero la época de terribles males para Jerusalén no ha hecho más que empezar...






Los escalofríos arreciaron y, haciendo un último esfuerzo, concluyó:






-Veréis llegar días en los que digáis: «Benditas las estériles y aquellas cuyos senos no






amamantaron a sus pequeños...» En esos días pediréis a las rocas que caigan sobre vosotras para libraros del terror de vuestras tribulaciones.






Dismas a Distas: -¿No temes tú mismo a Dios?... ¿No ves que nuestros sufrimientos... son por nuestros actos?...






Dismas hizo una pausa, luchando por una nueva inhalación y, al fin, continuó:






¡Pero... este hombre sufre injustamente!... ¿No sería preferible que buscáramos el perdón de nuestros pecados... y la salvación... de nuestras... almas?






-iSeñor! -le dijo con voz suplicante-. ¡Acuérdate de mí... cuando entres en tu reino!






Y al tiempo que expulsaba parte del aire robado en la última inhalación, el Galileo, con las arterias del cuello tensas como tablas, acertó a responderle:






-De verdad... hoy te digo... que algún día estarás junto a mi... en el paraíso...






-¡Mujer...!






La renqueante voz del Maestro hizo que María y todos los demás levantaran el rostro. Y el semblante de aquella hebrea se iluminó.






-¡Mujer -repitió Jesús-, he aquí a tu hijo!






Juan se secó las lágrimas con la palma de su mano derecha, mirando a su Maestro sin acertar a comprender.






Después, desviando el rostro hacia el apóstol exclamó, casi sin fuerzas:






-¡Hijo mío..., he aquí a tu madre!






La menguada inhalación del crucificado estaba casi agotada. Su respiración entró en déficit y apurando sus últimas posibilidades, ordenó entre jadeos:






-Deseo..., que abandonéis este... lugar.






Su abdomen había vuelto a deformarse y su cabeza, al igual que los músculos de los brazos y hombros, se desplomaron.






Los hombres hicieron intención de dar media vuelta y retirarse, pero María, siempre en silencio, avanzó un paso hacia el crucificado. Se inclinó muy lentamente y besó la rodilla derecha de Jesús. Después, ocultando su rostro entre las manos, abandonó el peñasco, prácticamente sostenida por Juan y su hijo.






La caja torácica, a punto de estallar, inhaló el aire suficiente para que Jesús de Nazaret, con una potencia que hizo volver la cabeza a todos los legionarios, exclamase:


-¡He terminado! ¡Padre, pongo en tus manos mi espíritu! (7-04-30 14:55)
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